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PARTE UNO.
1. Día de primavera.

Bajo un paraguas viejo que pretendía protegerle de la tormenta que azotaba el pueblo, Hoseok meció en sus brazos a la diminuta criatura llorosa.

Frente a él, Jimin le miraba con resentimiento, con un bebé en cada brazo. Hyejin, a su lado, en la misma posición y con el mismo número de bebés contra su pecho, apenas sí le miraba. Pero Jiwoo no lo miraba, ni lo miró cuando se acercó a besarle la frente a cada uno de los pequeños.

Sólo le vio cuando se detuvo frente a ella para darle al bebé. Sólo entonces le miró fugazmente, y sin decir nada, le puso con agilidad en el cuello de la camisa su amado broche dorado y lo envolvió en un corto abrazo antes de quitarle al nene de las manos.

Hoseok tocó el broche con las yemas de los dedos y sonrió.

—¡Debí haber sido yo! —Jimin se quejó, mientras Hoseok se acercaba a acariciarle el pelo rojizo—. Yo debería ser quien vaya a la casa de ese japonés —habló en un berrinche, pero Hoseok dejó de prestarle atención.

El fuerte rugido que anunciaba la llegada del tren dejó de ser lejano de un momento a otro y el castaño tragó con dificultad al darse cuenta que era momento de irse.

—Vas a perder el tren —habló Jiwoo; su voz se perdió en la ensordecedora mezcla de la lluvia y el metal del tren contra las vías. El castaño se echó al hombro el bolso que Jiwoo le tendía y tomó su única maleta—. Date prisa.

Y así lo hizo, sin detenerse a mirar atrás se dirigió hacia la estación bajo la potente lluvia que no parecía tener intención de parar.

[🍑]

No pudo saber exactamente en qué momento del camino —luego de ser recogido por un chófer en un carro negro—, había caído dormido, pero cuando despertó debido al insistente pitar del claxon del auto el cielo ya se había tornado oscuro y estaban frente a un portón de madera tan resistente que no habría podido ser derrumbado ni por una decena de soldados.

Un hombre viejo abrió las pesadas puertas con esfuerzo al tiempo que Hoseok se incorporaba, dispuesto a tomar sus cosas para bajar del auto.

—Duerme otro rato —la voz inflexible del chófer le interrumpió—. Aún falta mucho para llegar a casa.

Pero el castaño no pudo volver a dormir. Buscó a tientas en el bolsillo de su ligero abrigo el broche de oro que Jiwoo le había entregado y que se había quitado poco antes de quedarse dormido, tranquilizándose al sentirlo.

El auto cruzó el portón cuando el hombre se hizo a un lado, y el resto del camino Hoseok se limitó a mirar por la ventana los imponentes árboles que flanqueaban el sendero por el que cruzaban.

No pudo decir cuánto tiempo había pasado cuando fue capaz de divisar la enorme mansión, pero sí pudo decir que era una mansión gigantesca más grande de lo que se había imaginado, una construcción antigua y elegante.

Conforme se acercaban a dicho lugar, Hoseok pudo ver a la extraña mujer que aguardaba frente a la puerta con una lámpara de petroleo en mano, y dedujo que estaba ahí para guiarlo.

Bajó del auto justo antes de que este volviera a poner en marcha y le dejara ahí solo con aquella mujer.

—Es un placer de conocerla, soy Chinmae —se presentó con ánimo, dejando por un momento sus maletas en el suelo.

주인 ( 솝 )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora