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SEGUNDA PARTE.
1. Cuenta de metal.

—¡No! ¡No soy un hijo de perra! —lloriqueó YoonGi, mientras Momo sostenía sus débiles brazos detrás de su espalda sin mucho esfuerzo—. ¡No soy un hijo de perra! ¡No, no!

Su tío le miró con una ceja arqueada desde la fina mesa de bambú antes de tomar las cuentas de metal unidas por un delgado cordón y caminar hasta él sin dejar de verle.

YoonGi no dejó de llorar mientras su tío se inclinaba sobre él y tendía una de las bolas metálicas frente a su cara.

—Pon esto en tu boca, YoonGi —pidió el adulto, con voz inflexible.

El niño dejó de luchar y Momo lo soltó. Tendió su diminuta manita para tomar el objeto y se lo metió a la boca.

—Extiende tu mano —ordenó su tío nuevamente.

YoonGi extendió su mano temblorosa con la palma hacia arriba, girando la palma hacia abajo cuando su tío se lo indicó.

Entonces el hombre tomó su manita con suavidad, con sus grandes manos enguantadas, y las acarició con una sonrisa. En un lento movimiento alzó el resto de las cuentas aún unidas por la cuerda antes de dejarlas caer con rapidez sobre los suaves nudillos del pelinegro.

YoonGi sollozó e intentó apartar su mano; sus fuertes sollozos siendo atenuados por el objeto en su cavidad bucal. Quiso zafarse del agarre del hombre, pero este se lo impidió, y tomándolo fuertemente, golpeó la tersa piel con las pesadas bolas de metal nuevamente.

Y otra vez, y otra vez.

Todo bajo la mirada indiferente de Momo y los ojos llenos de dolor del niño.

—La próxima vez que tengas ganas de contestar —le habló con tranquilidad, inclinándose para quedar a la altura de su rostro lloroso—, sólo recuerda el sabor de esa cuenta de metal —anudó el cordón con las bolas sobrantes alrededor de la cintura del niño.

[🍑]

—Dormirás solo esta noche, YoonGi —dijo Momo, sosteniendo la lámpara frente a ellos para ver el camino.

YoonGi le siguió tan rápido como sus piececitos se los permitían, mirando alrededor con la escasa iluminación. Apretó el muñeco a su pecho, y miró a la mujer con las cejas arqueadas cuando se detuvo. Miró la lámpara junto a la cama y corrió a tomarla, casi tropezando con su kimono.

—Está bien, me voy —habló Momo sin interés, dispuesta a marcharse, sólo deteniéndose cuando el niño la paró colocándose frente a ella.

—Por favor, deme una linterna —pidió con voz temblorosa, con el terror llenando su rostro.

—Hemos recibido la orden de ahorrar petroleo —respondió la mujer, mirándole con desagrado—. Mocoso malcriado —susurró en coreano.

—¡Habla en japonés! —exclamó el niño al borde del llanto, obteniendo una mirada airada.

—Ahí hay un hombre del tamaño de un ogro que no soporta el sonido de los niños llorando —señaló una de las puertas de la habitación.

주인 ( 솝 )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora