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Los años pasaron y Dumbledore no pudo estar más satisfecho con los resultados de su propio juego, solo siete años más, se dijo, siete años. 

Justo frente a él Molly y Arthur Weasley lo miraban con total admiración, su hijo, Ronald Weasley parado junto a ellos, cada uno sosteniendo firmemente uno de sus hombros, más a la derecha, un par de muggles dejaban a su hija parada con la espalda totalmente recta justo frente a ellos, ambas familias lo miraban con respeto y admiración, claro, unos menos que otros, pero eso cambiaría en cuanto pusiera una mano encima de sus mentes.

Primero, los Weasley, con la promesa de dinero y fama habían vendido a su hijo varón menor por "el bien mayor"; mientras que los Granger habían sido convencidos por su propia hija, en sus palabras "mientras tenga el apoyo del héroe mágico, nadie volverá a molestar a los muggles o nacidos de muggles".  Qué ingenuos, pensó disfrazando su verdadera sonrisa con la de viejo abuelo bonachón.

–No entiendo, señor Dumbledore– murmuró la madre de la joven.

–Llámeme Albus– dijo, "o mejor Amo Supremo maldita inferior", pensó.

–Albus– se corrigió aclarando su garganta–. ¿Por qué debería dejar que mi hija se haga amiga de alguien tan peligroso?– preguntó, los Weasley voltearon a verla, al parecer la pequeña Hermione le había dicho a sus padres que Harry había asesinado a Lord Voldemort cuando era un bebé, nada más lejos de la realidad.

–¿¡Cómo se atreve!?– gruñó la señora Weasley con voz chillona, haciendo que Dumbledore pensara seriamente en usar legeremancia en todos ellos para hacer que obedecieran sus órdenes, pero debido a ciertos incidentes, recordó que ese tipo de maleficios no eran incurables, unos cuantos cuerpos jóvenes en el cementerio del Valle de Godric podían comprobarlo.

–Le aseguro madame, que el joven Potter no representa un riesgo para sus hijos, es más– dijo parándose de su asiento, mirando a la mujer a los ojos, utilizando su as bajo la manga, un hechizo de seducción, si no podía escribir los pensamientos en su mente, entonces, haría que ella pensara que sus ideas eran las propias-. Creo que estar con Harry será lo mejor para su hija.

–Si ni lo conozco– gruñó el chico Weasley demostrando la pérdida de modales que había sufrido la familia al caer en la miseria, de la que el propio Dumbledore era indirectamente, el causante.

–Eso no es necesario, muchacho– dijo el director, las miradas hacia él lo hicieron sonreír un poco más–. Porque cuando Harry sea grande y famoso ustedes, como sus mejores amigos lo serán también, es más, me atrevería a decir que incluso podrían llegar a ser más poderosos y famosos que él.

Todos parecieron sumergirse en su imaginación, Dumbledore casi sintió horcadas, supo que eran suyos desde el momento en que mencionó la fama y fortuna que obtendrían al final, cuando se deshiciera de Potter, matara al ministro, asumiera el control de Inglaterra mágica, sacara a Grindelwald y a paso seguro, se apoderaran de los hilos de toda Europa; si su plan sonaba genial.

–A veces, escalar desde lo más pequeño resulta lo mejor que puedes hacer- se dijo más para sí mismo que para los demás, pero el efecto de su perfecta seducción fue incluso más satisfactorio y todos parecían embelesados con su pequeño y molesto discurso–. Todo es por un bien mayor.

–¿Cómo sabremos que está todo bien, director Dumbledore?– preguntó el señor Weasley, mientras el mago de más de cien años apretó los dientes con molestia, ¿se atrevían acuestionar sus planes?–. A lo que me refiero, señor. Es que tenemos siete hijos, no creo que podamos vivir con solo mi empleo en el ministerio.

Oh, así que querían un seguro; pensó mirando a las dos familias, al parecer el señor Weasley había planteado lo que todos estaban pensando, su preocupación le causó gracia. 

O S C U R O [Tomarry]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora