Severus suspiró por sexta vez en el día, gruñendo y hablando entre dientes; había conocido a esa molesta muggle en su infancia y aún sabiendo que era la única hermana de Lily, le desagradaba. Y lo que más le desagradaba eran el par de cerdos que tenía por esposo e hijo.
Una casa con un patio de frente cuidado con esmero, con flores que combinaban a la perfección con las cortinas puestas ese día, tratando probablemente, de parecer mucho más elaborado -mejor, en general- que los otros patios de la calle; una casa común y corriente para cualquier muggle que buscara lo mejor. Pero, para un mago como Severus, esa era la peor casa que alguien podría tener ¡qué clase de mago respetable sería si ponía un pie en ese pasto verde!
Las tres cabelleras rubias paradas frente a él en la entrada de esa horripilante casa muggle, le daban náuseas. Deseó por un momento haber enviado al bruto de Hagrid por el chico, o a la profesora McGonagall; pero ahí estaba, convencido por la idea de poder ver los ojos de Lily de nuevo y hablando con un trío aparentemente no muy inteligente de muggles.
Y cuando el hombre-cerdo gritó "¡POTTER!" a todo pulmón pudo ver los ojos de Lily, tan grandes y brillantes como siempre, o bueno, al menos hasta ese día; horriblemente escondidos tras el par más desastroso de gafas que alguna vez imaginó, y que, irremediablemente, le recordaban al atormentador de sus días en Hogwarts; el padre del chico, James Potter.
La puerta abierta daba una ligera vista a las escaleras del hogar y a otra puerta abierta que, daba al comedor, todo un pasillo lleno de fotos de cerdos y un alfombrado de terrible color haría que incluso los adoradores de muggles -Weasley- se asquearan.
Un niño escuálido y palidez enfermiza se mostró frente a sus ojos, mirándolo como si fuera la nueva maravilla del mundo, sus ropas lo hacían ver más pequeño y delgado de lo que era, Severus se preguntó en cuantos días no había probado bocado. Cabello desordenado negro como las plumas de un cuervo, revuelto en ángulos y direcciones que no sabía que existían; intentó contener una risotada, si los padres de Potter vieran a su nieto de esa manera les daría un paro cardíaco; seguramente los antepasados sangre pura del chico estaban retorciéndose en sus tumbas de mármol y oro blanco.
—He venido a llevar al señor Potter por sus útiles escolares— anunció después de aclarar su garganta, sorprendiendo al niño frente a él. Las ropas del chico gastadas, sucias y enormes hicieron que Severus pensara en todos esos magos y brujas a los que no les importaba su apariencia, claro, no eran sangre pura, se recordó imaginando la cara de una de las hermanas de Bellatrix Lestrange, Narcissa Malfoy, su cara sería digna de un cuadro si viera al chico.
El muggle con cara de cerdo rubio detrás detrás del niño Potter se puso completamente rojo, si no supiera que su magia estaba calmada y bien guardada dentro de sí, juraría que estaba estrangulando el poco cuello que podía tener ese, animal. Volvió a aclarar su garganta, mirando a la hermana de su amiga de la infancia, los años no le habían hecho ningún bien; sus ojos opacos por el tiempo y una vida ordinaria le daban el aspecto de un ave de rapiña alto.
Severus suspiró por sexta vez en el día, gruñendo y hablando entre dientes; había conocido a esa molesta muggle en su infancia y aún sabiendo que era la única hermana de Lily, le desagradaba. Y aún más le desagradaban el par de cerdos que tenía por esposo e hijo.
—¡No pagaré para que un loco de remate le enseñe trucos de magia!— chilló como el vil cerdo que era el esposo muggle de la hermana de la que fue alguna vez su -única y- mejor amiga. Arrugó la nariz, la barrera de magia que había alrededor de la casa y el vecindario era más vieja que la barba de Merlín y el lugar apestaba a muggles y Dumbledore. Si hubiera sido Hagrid o Minerza los que hubieran escuchado esa frase, justo ahora ese muggle estaría por las nubes, pero el cerdo lo había dicho frente a él, así que tuvo problemas en sonreír un poco, Albus Dumbledore era, en definitiva un loco de remate demasiado astuto.
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O S C U R O [Tomarry]
Fanfiction-¡La sangre no ha de importar!- el grito de la profesora Trelawney resonó por todo el salón de adivinación en la escuela de magia y hechicería: Hogwarts-. ¡El fénix caerá!- todos dieron un paso atrás y los que estaban sentados se encogieron, nunca h...