La chica sin miedo (saga crepúsculo 1)

Capítulo 1: La llegada

Me desperece en la cama con el sonido del despertador de fondo. Gruñí en respuesta aunque sabía que debía levantarme. Con toda la fuerza de voluntad que podía reunir me levante, eso sí cansada. Medio adormilada me dirigí al baño y me encerré para ducharme. Quizá una buena ducha con agua templada podía espabilarme. Sino, no sabía que podría hacerlo.

Intente no recrearme mucho, hoy tenía que ir al instituto y no quería llegar tarde. Al salir escuche ruidos en la cocina, eso solo significaba que mi padre estaba preparando el desayuno. Me vestí todo lo rápido que pude, un pantalón vaquero negro y un jersey oscuro, lo cierto era que me gustaba mucho el color negro y mayormente mi armario se componía de este color. No me importaba si era una falda o un vestido siempre que fuese negro. Prepare la mochila, dejando la cama sin hacer y libros por el suelo. Era un poco desorganizada para algunas cosas, pero por increíble que parezca, en mi desorden me manejo bien. Yo suelo considerarlo como una manera distinta de organización, aunque mi padre no opina lo mismo.

Cuando bajé a la cocina, mi padre desayunaba tranquilamente leyendo el periódico. Movió la cabeza en mi dirección cuando me vio.

-Buenos días papa -dije mientras me dirigía a servirme una taza de café.

Me había dejado unas tostadas con mermelada preparadas y solo pude sonreír ante el gesto.

-Buenos días cariño, no tienes buena cara -dijo mirándome fijamente – ¿Otra vez leyendo hasta tarde?

Sonreí con picardía.

-¿Que le voy a hacer? Cuando un libro se pone interesante no lo puedo dejar sin más.

- Pues tendrás que controlarlo. Porque si no duermes bien no rendirás en el instituto.

-De momento no he tenido ningún problema. -y era cierto. Pero entendía a qué se refería. Cuando me metía en la lectura simplemente el tiempo dejaba de existir, me concentraba tanto que olvidaba hasta beber agua. Pero cada momento merecía la pena, cada historia y cada lágrima derramada lo merecía.

Mi padre suspiró, dejando el tema aun lado. No era la primera vez que lo hablábamos y siempre acabábamos igual. Él no podía evitar que leyera, intentó quitándome los libros, pero olvidaba que tenía algunos en el móvil. Incluso en el mismo ordenador. No podía quitarme todo así que decidió poner un condición, me dejaba ir a mi aire siempre que sacará buenas notas. 

Me comí las tostadas casi corriendo y me bebí el café caliente hasta casi sentir ardor en mi garganta. Me había entretenido pensando e imaginando situaciones en mi mente. Mi padre acababa de salir hacía el trabajo, así que unos minutos después salí yo con mi gorro; no sin antes dejar comida a la gata.

Hacía unos meses que nos mudamos a aquel pueblo, Forks. Seguía siendo la nueva pero ya no llamaba la atención como antes. Era normal ser la novedad cuando solo vistes de un solo color, y encima de negro y si le agregas ser la nueva en un pueblo pequeño...  Pero lo aceptaba, incluso no me molestaba siempre y cuando me dieran mi espacio.

 Sin embargo, algo que no entendía era la familia de los Cullen. Eran hermosos e inteligentes, llamaban más la atención que cualquiera y sin embargo, los consideraban raros. ¿Por qué? Los estudiantes les daba su espacio, no se sentaban con ellos, no comían con ellos, nada. No sabía a qué se debía ese distanciamiento social, si era por los alumnos o por aquella familia que era más introvertida y hermética. Pero lo bueno, es que podía alegrarse la vista cada vez que iba al instituto y eso siempre es un punto a favor.

Llegue a las puertas del instituto andando, no tenía dinero para permitirme un coche, pero en Forks todo estaba cerca, a un tiró de piedra como decía mi padre, así que el coche solo servía para no mojarte mientras vas de un lugar a otro.  Los lujosos y llamativos coches de los Cullen estaban aparcados, de uno de ellos salió una chica delgada de pelo corto, Alice. Ella me saludo con la mano y le devolví el gesto con una sonrisa. No podía decir que fuésemos amigas ya que habíamos hablado poco, pero me pareció la más agradable de la familia. La única que me saludaba con normalidad todos los días.