La leña está aún encendida cuando se despierta, llamas bailando sobre la madera seca entre nubes de ceniza y chispas. La luz entraba en un pequeño haz, algo opacada por la nieve que se resistía a abandonarlos, iluminando sus pertenencias y el comenzar de un nuevo día. Las mantas que usó, por otro lado, se encuentran arrugadas a su alrededor, numerosas y cálidas.
Su habitación era pequeña; poco más que un cuadrado de techo bajo, con una ventana diminuta que daba al exterior, su confiable nido de mantas en vez de cama y con un hogar transportable hecho de piedra y chapa manchada de hollín como único mueble. Además, se encontraba ubicada al final de la casa; la puerta se abría hacia adentro y estaba prácticamente oculta en las sombras, así que nadie que no la estuviera buscando la encontraría.
Era perfecta. Más de lo que Izuku jamás había soñado.
Principalmente porque siempre estaba calentita, repleta de libros, y porque era suya. Él la pagaba, limpiaba y mantenía. Él tenía la única llave para abrirla y cerrarla. Y él decidía a quién entraba y quién no.
Amaba su refugio, por diminuto que fuera.
Bosteza mientras estira los músculos y sus huesos crujen. Esa noche había sido tranquila, sin pesadillas que lo despertaran en la madrugada y lo sacaran de la cama para ir a buscar a alguno de sus hermanos. Una excelente forma de comenzar la semana.
Se levanta y procede a vestirse; su ropa, como siempre, se encuentra perfectamente doblada y repartida en dos cajones de fruta. Uno para los pantalones y las camisas, otro para el abrigo. O más específicamente, uno para los venenos y otro para su daga y espada corta.
"Persona precavida vale por dos, como dice la señora Oldy". La señora Oldy era quien le había proporcionado esos cajones, una vendedora del Mercado Nogal entrada en años a la que visitaba mensualmente para reabastecerlos a él y a sus hospedadores, y a la que le tenía un cariño muy explicable. Cada mes, Izuku le dejaba monedas de más escondidas entre los pliegues de la ropa y debajo sus cajones de jugosas y deliciosas frutas.
Izuku le debía a la señora Oldy más de lo que jamás podría compensar; ella fue, después de todo, quien le dio un lugar para quedarse cuando él y sus hermanos se separaron, cuando no tenía a dónde ni con quien ir, cuando se sintió tan solo que incluso consideró regresar al Bosque por un tiempo. Izuku no tenía padres ni más familia que sus hermanos, pero Melissa le había dicho que los abuelos eran quienes te abrían los brazos, te escuchaban y te ayudaban cuando nadie más podía hacerlo, así que la señora Oldy bien podría ser su abuela.
"Eso estaría bien", piensa, mientras, ya vestido, se acomoda la espada corta en una de las botas que siempre dejaba justo frente a la puerta (si alguien alguna vez intentaba forzar la entrada, él lo sabría antes de que esa persona siquiera se acercara a cualquiera de ellos gracias a su oído de lobo, pero, de nuevo, más vale precavido que muerto). Luego se coloca su capa más abrigada, de cuero y lana de oveja, y ajusta la espada larga que el señor Shield le regaló por el primer cumpleaños que pasó con él y Melissa en el cinturón. La daga siempre se quedaba ahí, en su cuarto, junto a los venenos que no se llevaba con él.
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◤Heaven◢ [KatsuDeku]
Fanfiction❝El rugido de los leones, el aullido de los lobos, la cólera del mar tempestuoso y la espada destructora son porciones de la eternidad demasiado grandes para el ojo del hombre❞ -William Blake. Escapando de monstruos a los que no ve, luchando en bata...