XI - ❝Cayendo en la trampa suavemente❞

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Odiaba ese lugar

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Odiaba ese lugar. Odiaba su nieve, sus corrientes de viento helado, a sus habitantes siempre dispuestos a ofrecer una sonrisa o un saludo animado, a sus calles de piedra gris brillante y a sus casas pequeñas se aspecto acogedor. Odiaba su comida caliente y jugosa, sus bebidas efervescentes y sus dulces deliciosos. Odiaba sus faroles colgados por todos lados y sus animales fuertes y enérgicos. Odiaba su bosque protector y sus insectos maternales.

Bakugo Mitsuki odiaba Aight con cada latido de su corazón, sí.

Pero, por sobre todas las cosas, odiaba que lo único verdaderamente malo de ese estúpido pueblo en el culo congelado del mundo era que tenía a un Maldito en algún lado, y que no parecía dispuesto a dejarlo ir.

Los últimos meses Mitsuki había completado misión tras misión, pero estas eran insatisfactorias; la mayoría poco más que rumores que se le fueron de las manos a algunas personas y animales salvajes algo peligrosos.

No había tenido una verdadera cacería en meses. Quizá más.

Y estaba frustrada por ello.

Ella llevaba siglos viva y tenía cierta reputación en el mundo mágico. Ella y su Clan entero. Su presencia siempre significaba poder, una amenaza constante a todos los rebeldes y problemáticos. Un grito de guerra, una batalla furiosa, una victoria absoluta, eso eran los Lynx. Y ella era su líder, la cambiaformas más fuerte, más letal y más lista sobre la faz de la tierra.

Por supuesto, la mayor parte de ese respeto se había desvanecido cuando la Maldición de Katsuki se presentó, justo en el centro del Bosque de las Luciérnagas y en pleno Festival de las Lunas para que todo el mundo lo viera retorcerse en el césped entre gritos de dolor en vez de acercarse a otro ser mágico y saludarle con las palabras "Hola, mi destino".

Mitsuki aún recuerda el segundo de silencio que fue el Bosque antes de que todos se dieran cuenta de qué estaba sucediendo.

Ella se había quedado tiesa, incapaz de respirar, de moverse. Masaru, su destinado, había aflojado su abrazo alrededor de su cintura cuando Katsuki comenzó a llorar, sus garritas romas rompiendo los collares que llevaba puestos y destrozando la camiseta de mangas largas que le había regalado una ninfa del río.

Fue devastador. No solo sentir el dolor de Katsuki a través del hilo, su pánico, su desesperación y su miedo; no solo oírlo gritar y aullar y maldecir; no solo la realidad de que su hijo, su bebé, su príncipe de la sabana, nunca tendría alguien a quien regresar una y otra vez, alguien que lo protegiera del mundo o peleara contra este con él o por él, no. No solo por eso.

Había sido devastador porque, si tenía la Maldición, Katsuki iba a enloquecer.

Porque, si tenía la Maldición, ellos tendrían que matarlo.

Porque, si tenía la Maldición, su Clan quedaría hecho pedazos.

Porque, si tenía la Maldición, ella... ella ya no tendría un hijo.

◤Heaven◢ [KatsuDeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora