La muerte tiene un jardín

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Muy pocos lo saben, pero el ángel de la muerte tiene un jardín. Es algo grande, como un pequeño prado en el que sólo puede crecer un tipo de flor: las lycoris radiata. Adora a cada una de ellas y cuando las corta, da lugar a un hijo suyo. Nunca les ha dado nombre, pero la humanidad los llama parcas. Tampoco les da una cara, son ellos los que, con los años, deciden tener un aspecto más amigable. Más humano.

Las parcas vagan en el mundo, desprendiendo (separando a) las almas de los cuerpos cuando les llega su hora de partir al más allá.

Sí, parecen humanos, mas el cuerpo que les da su padre nunca envejece, las armas no los lastiman, ni siquiera sangran. De cierto modo son inmortales, sin embargo, pocas viven más de cien años ya que después de tantas décadas en contacto con la humanidad, sus mentes pueden volverse vulnerables a tal punto de ser conscientes de lo que nunca podrán ser ni tener: vida. Pueden desear querer serlo y no sólo la ausencia de vida. Pocos son los que realizan su trabajo por tantos años sin caer en ese deseo, de hecho, en su primer dia de nacimiento a todos les dice lo mismo.

—Si quieres vivir para siempre, sólo debes hacer dos cosas: la primera, no interferirás en el destino de ningún humano y segundo; no te enamores de ninguno de ellos.

Pero un día, uno de sus hijos, que ya tenía más de los cien años, no fue capaz de obedecer la segunda petición de su padre y se enamoró de una humana. La evitó a toda costa, pero el amor por ella se alojó en su corazón como una semilla y sin que se diera cuenta creció poco a poco, volviéndose más fuerte que sus principios, dando lugar a un ser que nunca debió de existir.

Ahora, un pequeño llora en los brazos de su madre que lo acompaña en su llanto.

Ahora un pequeño ha quedado condenado a amar y nunca poder conservarlo.

Ahora, una parca ha nacido fuera del jardín.

𝐒𝐖𝐄𝐄𝐓 𝐃𝐄𝐀𝐓𝐇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora