CAPÍTULO 8

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[Keo]

Lo he pensado tanto que ya me duele el cerebro. Debí mantener mi gran boca cerrada o inventarle algo, cualquier cosa, cualquier maldita cosa menos la verdad.

Pero bueno, ni tendría que importarme. Ya está, se lo he dicho e inlcuso se lo he demostrado, muy bien si decide creerme o no. Después de todo las cámaras de seguridad no son capaces de mostrar mi cara con claridad por si decide quedarse con la idea de que soy un asesino, y ahora pienso, si no tenía manera de acusarme ¿Por qué maldita razón le dije la verdad? Soy un tremendo imbecil.

Llego a la ciudad, camino un poco y antes de doblar en la siguiente calle como habitualmente hago para llegar al parque, mejor continuo recto y giro hasta la siguiente. Han pasado dos dias desde que vi a Saen por última vez. Creo que será mejor si sigo evitando pasar por la cafetería, no creo que esté lista para verme. Y talvez nunca lo haga.

Me pongo la bufanda hasta la nariz antes de cruzar el parque, después de unos minutos lo he cruzado y continuo recto hasta llegar al asilo Evergarden. Entro y veo a un tonto dormido en la sala de estar, con las piernas encima del reposa brazo y la cabeza saliedose del sofá.

Me agacho un poco girando la cabeza para asegurarme que es el tonto que conozco y una vez confirmado le doy un empujan con el dedo, sin mucha fuerza, pero la suficiente para verlo caer hacia un lado como siempre, despierta de golpe y evitando un golpe fuerte al llegar al suelo.

—¡Deja de hacer eso! — me grita aún con los ojos cerrados. Ya no necesita verme para saber quién ha profanado su sueño en su hora de descanso.

—Tú deja de dormirte aquí, tu cuello casi se parte en dos.

Tao me mira con molestia a punto de decirme algo hasta que el dolor le llega a la nuca. Se estira un poco y entra por la puerta principal y yo lo sigo.

—¿Ahora por quién vienes? No hay nadie realmente enfermo como para que reclames su alma.

Tao sabe que soy. Hace poco más de un año me vi obligado a explicarselo después de golpearlo con un paraguas pensando que era la otra parca; el compañero que llevo buscando desde hace mucho tiempo. No fue tan complicado como creía, terminó siendo muy conveniente ya que meses después trabajaría en este lugar y sería más fácil para mí entrar cuando lo necesitara.

—No vengo por nadie... —susurro y Tao me mira alzando una ceja— al menos no que yo sepa — agrego.

Él me mira por unos segundos, y me pide que espere en lo que va por su almuerzo, yo asiento y se va.

Estoy a unos cuantos pasos del patio central, donde un gran techo de cristal permite pasar la luz del día. Unas cuentas flores se asoman afuera de la puerta, me acerco hasta ellas. A mi derecha hay un grupo de ancianos jugando ajedrez en una mesa y un poco más lejos hay un par de personas caminando con ayuda de su andadera. Me bajo un poco la bufanda, no quisiera causarles ningún susto. No hoy. No en un día tan pacifico como este, mas la muerte no sabe de momentos y sólo llega.

No veo a Tao por ningún lado y me siento en la banca sobre el cesped más cercana a la puerta.

Cuando le dije la verdad sobre mí, se lo tomó como una broma, hasta que, igual que con Saen, le demostré mi falta de sangre. Eso sumado a las personas que me veian y corrian despertó en él algo de duda, y finalmente se desmayó después de seguirme por un día entero siendo testigo de como ayudaba a morir a un viejo, pero cuando recuperó la conciencia se tomó la revelación como algo fantástico, como si creyera que estaba delante de un superhéroe, claro, luego de corroborar que la muerte no estaba frente a él para llevárselo. Me invadió de preguntas, la mayoría impensablemente absurdas.

𝐒𝐖𝐄𝐄𝐓 𝐃𝐄𝐀𝐓𝐇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora