CAPÍTULO 5

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[Saen]

Después de un tranquilo y frio recorrido, me encuentro fuera del departamento. Subo las vastas escaleras hasta llegar al tercer piso, giro a la derecha pasando de largo dos puertas y me detengo en la tercera; departamento 3A. La vista desde aquí es linda, pero a veces subo dos pisos más para tener una mejo desde la terraza. La lluvia hace el momento más relajante, aunque prefiero cuando no está, así puedo ver las flores moradas del gran arbol bajando junto al viento cuando pasa entre las ramas.

Entro a casa y escucho unos constantes maullidos provenientes de mí habitación mientras dejo las flores que me dio Dae en un vaso con agua, a los segundos Makiato se encuentra a mis pies con maullidos más fuertes.

—¿Me extrañaste o tienes hambre? —susurro caminando hasta su tazón de comida y mi pregunta se responde. Tiene hambre.

Relleno el plato y me recuesto en el sofá. Desde aquí veo el florero improvisado dejando escapar un suspiro. Capto el momento en el que un petalo cae fuera del vaso, aun muriendo las flores no dejan de verse hermosas.

Desde hace unas horas llegó a mi un dolor de cabeza ligero pero aun asi molesto y tomo una pastilla para aliviarlo.

🌷

Ya es de noche y Hikō aún no llega. Desde hace un par de semanas ha estado saliendo tarde del trabajo. Me dijo que se queda más tiempo para editar sus fotos hasta que lo convenzan del todo. Lleva tres meses trabajando para una agencia de modelaje, el mismo tiempo que tengo yo en la cafetería, fue gracias a él que dejé de trabajar en la biblioteca. Cuando lo llamaron aceptó irse con ellos lo antes posible. Ese día llamó a mi puerta con su mandil gris en la mano, me propuso acompañarlo y pedir el vacante que dejaría disponible. Él sabía que yo ya no me sentia comoda en la biblioteca y hasta que él se fue es que me di cuenta de lo mucho que odiaba el silencio de ese lugar, no hacía más que recordarme mi soledad. Un silencio que Hikō mató al mudarse conmigo cuando terminó el colegio, pero aún lo tenía en el trabajo.

—Te hará bien cambiarte a un lugar donde no esté prohibido hablar —me dijo al ver mi cara dudosa ante su propuesta, no estaba segura y le contesté que lo acompañaria y tomaria una decisión en el camino.

Los ronroneos de Makiato me sacan del pasado, maúlla acercándose a la puerta. De nuevo queriendo salir tan tarde.

Le digo que no le abriré la puerta y voltea a verme como si habláramos la misma lengua. Mira hacia arriba luego a la derecha deteniéndose al ver el pequeño resquicio en la ventana mal cerrada y cuando su cola se mueve lentamente de un lado a otro corro hacia él, pero sus reflejos, claro está, por mucho son mejores que los míos. Salta a la ventana, y al salir no pudo evietar abrir un poco más la apertura con su cuerpo regordete.

—Ven pequeño —susurro tratando de no gritar ni de sonar molesta ante su desobediencia.
El minino mira hacia mí y después hacia abajo, pensando por un segundo su decisión.

—¿Makiato?

Y finalmente decide el camino de la rebeldía, alejándose hacia la izquierda, rumbo a las escaleras.

—¡No, ven aquí, no son horas de estar afuera! —alcé la voz, pero sin dejar de susurrar pensando en el sueño de los vecinos.

Sigo al fugitivo peludo escaleras abajo y lo pierdo de vista cuando llego al gran roble, ahí me doy cuenta que hay más gatos, pocos con collares y casi todos desnudos del cuello. De distintos colores, tamaños, pero todos caminando en la misma dirección mientras sus roroneos se vuelven suficienemente fuertes en conjunto para escucharlos sin necesidad de tenerlos en brazos. Los sigo un poco más, es entonces que veo el destino que todos ellos siguen; un hombre que en sus brazos descansa un gato, reconozco las manchas y su collar negro con placa gris, me acerco a él, y entonces, también distingo a la persona que lo abraza.

La luz de la farola bajo la que nos encontramos me permite ver sus oscuros ojos abrirse un poco, como el pequeño destello de un fuego artificial antes de explotar. Tambien me ha reconocido.

—¿Es tuyo? —pregunta sin dejar de darle unos mimos que no se merece.

Le digo que sí y miro al gato que no para de ronronear.

—¿Cómo se llama? —pegunta Keo.

—Makiato —él ladea la cabeza con confusión—Se escribe m-a-c-c-h-i-a-t-o —deletreo— es una forma de servir el café. Primero se pone la leche y después el café, hace parecer que la bebida está "manchada" —explico dibujando comillas en el aire con ayuda de mis dedos.

Keo aleja al gato de su pecho y sonríe ligeramente al ver las manchas cafés, difuminadas con el blanco de la mayoría de su pelaje.

—Le queda como anillo al dedo entonces.

Yo igualmente sonrió por su gesto. Desde la primera vez que lo vi me dio la impresión de ser alguien que no sonríe mucho.

—¿Qué haces por aquí tan noche? —le pregunto.

—Nada importante.

Y otra vez ahí estaba el sentimiento; un vacío inexplicable que me provocan sus ojos. Un vacío que lastima y que de alguna manera duele más cuando dejo de sentirlo.

Quiero saber quién es, pienso. Quiero saber... por qué me hiere tanto ver sus ojos negros, y a la vez, su presencia me hace desear que no se vaya. Quiero saberlo.

La mirada de Keo cambia, baja a Makiato y da un paso al frente.

—Estás llorando... —susurra.

De inmediato paso mi mano por la mejilla, esparciendo una lagrima intrusa, pero una más sale, trazando el camino de nuevo sin que pueda evitarlo.

—Lo lamento mucho... —suspira el chico cabizbajo— en realidad vine por ti, pero creo que eso ya lo sabes...

Lo miro perpleja y me apunto con el índice ahora que me he quedado sin palabras.

—¿Por mí? — logro balbucear.

—En serio esperaba no hacer esto contigo. Cuando vi a Hikō entrar a la habitación y gritar tu nombre... —suspira y baja la mirada unos instantes— En verdad esperaba que estuvieras bien despues de ese accidente.

Keo acorta la poca distancia que teníamos, las puntas de nuestros zapatos casi se tocan y levanto la mirada, viendo su triste rostro. verle la cara. Él toma mis manos, pero en lugar de sentir la calidez de las suyas sólo siento frio. Están heladas.

—¿De qué hablas? —susurro con perplejidad.

—Me di cuenta en la cafetería... lo siento mucho, he hecho esto tantas veces y aun así me es difícil en cada ocasión —sus ojos son tan tristes.

—No entiendo, Keo ¿Por qué me miras así?

Keo me mira a los ojos con sorpresa, una que no creí posible para alguien que tiene un gesto tan serio.

—¿Mirarte? ¿Me estás viendo la cara? —ahora es él quien balbucea.

Pienso un momento si he escuchado bien su pregunta y asiento.

—N-no lo entiendo. Todo indicaba que tú... —sus ojos miran los míos— creí que tú...

—¿Yo que? —pregunto ansiosa ante una respuesta coherente a todo lo que dijo con anterioridad, pero él no me responde.

𝐒𝐖𝐄𝐄𝐓 𝐃𝐄𝐀𝐓𝐇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora