CAPÍTULO 3

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[Saen]

Escucho la voz de Hikō, pero ¿qué le sucede? Pareciera que cuelga de un hilo que está a punto de romperse. Abro los ojos poco a poco, o al menos eso intento, la habitación no está tan iluminada, es la luz del pasillo la que me da directo en la cara. Giro un poco mi cuello, duele. Distingo a Hikō quien está dandome la espalda, mira a alguien que permanece quieto fuera de la habitación, aún no alcanzo a distinguirlo, es a él a quien dirige esas palabras llenas de dolor. Poco a poco consigo enfocar la mirada y me doy cuenta que se trata del chico que vi en la calle... ¿Qué hace aquí? ¿Por qué Hikō le habla de esa manera?...

—¿Por qué te fuiste? ¿Por qué fue tan fácil para ti olvidarte de Kunhi?

Ese nombre... pocas veces lo he escuchado, y son las suficientes para entender lo importante que es para Hikō. Se que fue un muy buen amigo suyo desde que eran niños, y que lamentablemente murió en el bachillerato. Nunca quise preguntarle que pasó exactamente, está claro que son recuerdos que prefiere conservar como felices, pero nunca se da cuenta que sepultandolos no es la manera de conservarlos así.

—Nunca me olvidé de él...—Responde el chico y sus ojos se encuentran con los míos.

Me mira con atención y Hikō se gira para hacerlo también. El castaño me abraza, trato de hacer lo mismo, pero el cuerpo me duele.

Yo dejo salir una pequeña queja de malestar y él retrocede un poco.

—Lo siento, Saen— toma mi mano y me sonríe con tristeza —Me alegra tanto que te encuentres bien ¿Cómo te sientes?

—Al parecer un poco adolorida— respondo viendo unos cuantos raspones en mis brazos y miro el umbral, notando la ausencia de quien antes yacía ahí —¿Se fue? —susurro y por el rabillo del ojo veo a Hikō tambien, pero no dice nada. —Lo conoces, ¿verdad?

Hikō da un suspiro y me dirige la mirada nuevamente.

—Algo así — guarda silencio por unos segundos— Más bien lo conocí.

—¿En donde lo...?

Me detengo a media oración y dejo salir otro quejido, siento un fuerte dolor en la cabeza.

—Será mejor que descanses un poco más, Saen. Recibiste un fuerte golpe en la cabeza, ya te hiceron una sutura y debes descansar. Buscaré alguna enfermera y le haré saber que ya despertaste, en seguida vuelvo.

Cierro los ojos y doy un suspiro, cuando los abro Hikō ya no está.

Conozco a ese chico, lo sé, pero cada vez que intento recordar me duele la cabeza. Me duele, me duele buscar su cara en mis vagos recuerdos.

Sin darme cuenta dejo de ver con claridad hasta que un parpadeo me hace sentir las lágrimas deslizarse por mis mejillas... las limpio con mis manos, pero no dejan de caer.

—¡Saen! —escucho decir a Hikō a mi lado, ha llegado junto a una mujer de bata blanca. —¿Qué sucede?

Mis palabras se han ido, sólo está un intruso llanto que intento detener, quiero decirle que no sé lo que sucede, más no puedo. Mis pulmones buscan aire desesperadamente para seguir llorando. Quiero gritarlo, sacarme esta agonía del pecho que se siente tan ajena. Alguien está llorando... pero no soy yo.

¿Por qué sería yo? No tengo nada por qué llorar. No moriré, tampoco estoy sóla.

Bajo la mirada tratando de ocultar mi mal inexplicable y siento una mano en mi hombro, es la doctora que recien llegó con Hikō. Ella se disculpa por invadir mi privacidad y escucha mis latidos con el instrumento que hace unos segundos colgaba de su cuello.

—El ritmo es apresurado —dice — es normal despues de un accidente como ese. Estarás bien, llora, deshaógate.

No sé la causa de mi llanto, pero casi tengo la completa sertesa de que no tiene nada que ver con lo que pasó en la calle. Es tan extraño, como si en mis ojos habitara una pequeña criatura que ha usado mis mejillas como rio para no ahogarse en su llanto, llevandome a mi de por medio.

𝐒𝐖𝐄𝐄𝐓 𝐃𝐄𝐀𝐓𝐇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora