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Bienvenidos una vez más a la historia.

¡Espero sea de su agrado!

Nos leemos al final 👋🏻

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¿Cómo había podido, una vez más, ceder ante la insistencia de Mike? Mediante no sé qué tipo de milagro, siempre conseguía pillarme: encontraba un argumento o un aliciente para convencerme de acudir. Todas las veces me dejaba convencer, me decía a mí misma que, quizás, podría encontrar un no sé qué que me hiciera flaquear. Y eso que conocía a Mike como si lo hubiese parido, y nuestros gustos eran diametralmente opuestos. Por tanto, cuando pensaba y decidía por mí, metía irremediablemente la pata. Con todo el tiempo que llevábamos siendo amigos debería haberlo sabido. Y así fue como, una vez más, pasaba una noche de sábado acompañada por un completo imbécil.

La semana anterior había tenido que soportar al rey de lo ecológico y la vida sana. Cualquiera diría que Mike tiene problemas de memoria con respecto a los vicios de su mejor amiga. Me pasé la velada recibiendo lecciones sobre mi consumo de tabaco, de alcohol y de comida basura. Ese tipejo en chanclas había declarado con total naturalidad que mi estilo de vida era desastroso, que acabaría estéril y que en realidad estaba coqueteando inconscientemente con la muerte. Supongo que Mike había olvidado entregarle la ficha completa de su pretendienta. Le respondí, con una gran sonrisa, que, en efecto, el tema de la muerte y las ganas de suicidarme me tocaban muy de cerca, y me marché.

El cretino de turno tenía un estilo diferente esta vez: era más bien guapo, con bastante saque y sin ganas de dar lecciones. Su defecto, no precisamente pequeño, era que parecía convencido de que me iba a llevar a la cama a base de contarme sus logros en compañía de su amante, llamada GoPro: «Este verano descendí por un glaciar con mi GoPro... Este invierno hice esquí de baches con mi GoPro... Sabes qué, el otro día bajé al metro con mi GoPro», etcétera. Llevaba más de una hora así, incapaz de pronunciar una frase sin hablar de ella. Había llegado al punto de preguntarme si se la llevaría al baño.

—¿Adónde dices que voy con mi GoPro? Creo que no lo he entendido bien —se interrumpió.

Ay..., lo había pensado en voz alta. Estaba harta de ser la mala, incapaz de interesarme por lo que contaba y preguntándome qué hacía allí. Sin embargo, decidí arrancar el vendaje de un tirón.

—Mira, de verdad que eres un tipo simpático, pero la historia de amor con tu cámara en la frente es demasiado hermosa para que yo me inmiscuya entre ustedes. Paso del postre. Y para el café tengo de todo en casa.

—¿Cuál es el problema?

Me levanté y me imitó. A modo de despedida le hice un gesto con la mano y me dirigí a la caja: no me había vuelto tan cruel como para dejarle pagar la cuenta de ese fiasco. Le lancé una última mirada y contuve una carcajada. Era yo la que debería haber llevado una GoPro para conservar un recuerdo de su cara. Pobre chico...

Al día siguiente me despertó el teléfono. ¿Quién osaba interrumpir mi sacrosanto zanganeo del domingo por la mañana? La respuesta era obvia.

—Dime, Mike —gruñí al aparato.

—And the winner is?
(¿Y el ganador es?)

—Cállate.

Su risita ahogada me irritó.

—Te espero donde siempre dentro de una hora —articuló torpemente antes de colgar.

Me estiré como un gato sobre la cama y miré el despertador: las 12.45. Podría haber sido peor. No tenía problema ninguno en levantarme durante la semana para abrir «La Gente feliz lee y toma café», mi café literario, mientras conservara mi oasis dominical de sueño para recuperarme, para vaciar mi mente. Dormir seguía siendo mi refugio; primero de las grandes penas, luego de los pequeños problemas. Ya en pie, comprobé con alegría que sería un día maravilloso; la primavera parisina no faltaba a su cita.

-Levihan- La vida vale la pena, ya verásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora