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A Isabel la oí antes de verla.

—¿Dónde está esa maldita zorra? —gritó desde la entrada.

—¡Ya te avisamos de que estaba en plena forma! —me dijo Jack, que esperaba conmigo en el salón.

Me levanté del sofá para asistir a su desembarco. Nada más verme, me apuntó con el dedo, repitiendo:
«¡Tú, tú, tú!».

Después, sin dejar de lanzarme miradas amenazadoras, besó ruidosamente la mejilla de Jack antes de correr hacia mí.

—Tú, maldita... No eres más que una..., bueno, ¡qué más da, mierda!

Se lanzó sobre mí y me abrazó con fuerza.

—Te voy a dar una paliza, lo sabes, ¿no?

—Yo también te extrañe, Isabel.

Me soltó, resopló y me tomo por los hombros para observarme de arriba abajo.

—¡Guau! ¡Estás fabulosa!

—Y tú sigues igual de espectacular.

—Mantengo viva la leyenda.

Era la pura verdad. Isabel estaba espléndida, con su evidente sex-appeal y esa mirada pícara capaz de desarmar al más duro de los hombres.

Hasta su hermano se dejaba engatusar. Murel se unió a nosotras y nos abrazó. Isabel me guiñó el ojo, dulce y cómplice.

—Tengo a mis dos hijas junto a mí.

Debió de hacerse evidente mi incomodidad.

—No pongas esa cara, Hange. Es cierto lo que dice Murel. Además, estuviste a un dedo de ser mi hermana...

Había olvidado lo tremendas que eran ambas cuando se aliaban. Nos echamos a reír las tres.

La jornada se desarrolló al mismo ritmo que esa llegada. Alternamos risas, lágrimas y bromas de Isabel hacia mí. Ella y yo nos repartimos las tareas de la casa para que Murel descansase. Parecía haber rejuvenecido diez años, y los rastros de la enfermedad habían desaparecido en pocas horas: su rostro estaba relajado, había recuperado su dinamismo y ya no parecía agobiada.

Isabel y yo tuvimos que luchar para que nos dejase encargarnos de la cena, de tan en forma que se encontraba. Aquella noche seríamos dos más: Levi y Declan cenarían con nosotros.

Me negué a darle mayor importancia.

Pasamos gran parte de la tarde cocinando; asistí a un curso de gastronomía irlandesa y aprendí a hacer el pan negro y el auténtico irish stew.

En ese instante pensé que ellas tenían razón: estaba con mi madre y con mi hermana. Una hermana con la que hacía tonterías de quinceañeras mientras nuestra madre nos regañaba.

Jack intentaba de vez en cuando entrar en nuestro antro femenino, pero siempre salía trasquilado.
Isabel sacó su celular para inmortalizar el momento. Murel se prestó al juego riendo y yo hice lo mismo. Nos hicimos montones de selfies juntas. Yo estaba haciéndome la tonta cuando la puerta se abrió y aparecieron Declan y Levi.

—¡Isabel! —exclamó Declan.

—¡Eh! ¡Mi mocoso preferido! ¿Qué se dice?

—Buenas tardes, tía Isabel —le respondió dócilmente, antes de echarse a su cuello.

Aquella frase me provocó una carcajada tan fuerte que tuve que doblarme en dos. Hacía años que no me dolía tanto el estómago.

—¿Habías visto a Hange alguna vez en este estado? —preguntó Murel riéndose también.

-Levihan- La vida vale la pena, ya verásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora