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Noté unos golpecitos en el brazo y entreabrí un ojo: Declan intentaba despertarme. Lo había conseguido. Sentí algo pesado sobre mi vientre; el brazo de Levi nos apretaba contra el colchón a mí y a su hijo, mientras su propietario dormía profundamente.

—Vamos a bajar a desayunar —dije a Declan en voz baja—. No hagas ruido, deja a papá dormir.

Aparté con la mayor delicadeza posible la mano que Levi tenía posada en mi cadera. En cuanto estuvo libre, Declan saltó de la cama. Postman, que no se había movido en toda la noche, se levantó también agitando la cola. Salí de debajo del edredón impidiendo que el perro se acercase a la cama y despertase a su amo. Declan y Postman bajaron juntos la escalera. Antes de cerrar la puerta, eché un último vistazo a Levi; se había desplazado en la cama y tenía la cabeza sobre mi almohada.

¿Cómo iba a arreglármelas para olvidar aquella imagen?


Declan me esperaba sentado en un taburete de la encimera. Me puse un sueter de su padre que andaba tirado por ahí y empecé a preparar el desayuno. Diez minutos más tarde, ya estábamos sentados uno al lado del otro, Declan con un par de pan tostado y su chocolate caliente, yo con mi café. Metida de lleno en una vida de familia, sin reservas, sin temores, sin pensar.

—¿Qué hacemos hoy? —me preguntó.

—Tengo que ir a visitar a Jack.

—¿Y después? ¿Te quedas con nosotros?

—Claro que sí, no te preocupes.

Pareció aliviado, durante un rato. En cuanto terminó de comer, saltó de su taburete y encendió la televisión. Volví a llenar mi taza de café, tome mi paquete de tabaco y mi teléfono y me instalé sobre la terraza a soportar el frío. Me sentí mal cuando descubrí un montón de llamadas perdidas y mensajes de texto de Erwin. No había dado señales de vida, no había pensado en él ni un solo segundo. Encendí un cigarrillo temblando antes de llamarle. Respondió al primer tono.

—¡Ay, Dios! ¡Hange, qué preocupado me tenías!

—Perdóname..., lo de ayer fue muy duro...

—Puedo entenderlo..., pero no me dejes sin noticias así.

Le conté brevemente el entierro y la velada posterior, omitiendo las emociones y todo el desbarajuste. Desvié inmediatamente la conversación hacia París y La Gente... Por unos segundos, tuve la sensación de que me hablaba de una vida que no era la mía, que no me atañía. Yo contemplaba el mar embravecido mientras me contaba que Mike estaba orgulloso del volumen de negocio de los dos últimos días, y que estaba inmerso en la organización de una nueva velada temática.

Todo aquello me traía sin cuidado. Respondía lacónicamente con algún «qué bien». La puerta se abrió a mi espalda, me giré, convencida de que era Declan. Me equivocaba. Levi, con el pelo todavía mojado por la ducha, se acercó a mí con su café y sus cigarrillos. Nos miramos a los ojos.

— Erwin, tengo que dejarte...

—¡Espera!

—Dime.

—¿Vuelves mañana? ¿Vuelves de verdad?

—Eh..., pero... ¿por qué me preguntas eso?

—¿No te quedas allí?

No apartaba los ojos de Levi. No podía comprender nuestra conversación pero, por la intensidad de su mirada, supe que se había dado cuenta de su importancia. Mis ojos se nublaron. Pasara lo que pasara, mi corazón se rompería en pedazos, pero la única respuesta posible estaba clara:

—Nada ha cambiado, vuelvo mañana.

Levi inspiró profundamente y fue a apoyarse en la barandilla de la terraza, a cierta distancia de mí. A través de la puerta vi a Declan jugar con sus cochecitos. El perro le vigilaba de reojo. Sentía a Levi tan cerca y a la vez tan lejos. Volvería a París al día siguiente.

-Levihan- La vida vale la pena, ya verásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora