Tras el piano de pared

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—Esa ha estado cerca, Rogers.

Tony Stark se secó el sudor de la frente tras haber atravesado a un zombie de un disparo.

Era una suerte que, a pesar de tener desarrollado el paloencéfalo, conocido coloquialmente como cerebro reptiliano, y aquello les convirtiera en depredadores sanguinarios, a los zombies se les pudiera matar como a cualquier mortal.

Abrieron sus mochilas y comenzaron a arrasar con la comida enlatada de las estanterías de aquella tienda.
Ese negocio abandonado no había sufrido daños en el circuito eléctrico, por lo que aprovecharon para sacar también comida refrigerada que aún no había caducado.

—¿Sabes lo que echo de menos un buen chuletón con patatas, Capi?—le dijo Tony, notando que se le hacía la boca agua—. Podríamos sacar carne congelada y buscar una casa abandonada donde, con suerte, aún dispongan de gas o vitrocerámica.
—No es mala idea—respondió el rubio, que introducía en esos momentos en su mochila unas botellas que contenían batido de chocolate.

Una vez cargados hasta arriba de provisiones, abandonaron la tienda e hicieron un rastreo por la zona de viviendas.

Toda la zona parecía abandonada. Aún podían encontrar algún que otro cadáver por el suelo en estado de descomposición.
Hombres, mujeres, niños... Nadie escapaba a la furia de los infectados. Nadie sobrevivía. O morían devorados o eran convertidos.

Steve retiró la mirada de una pobre niña, que aún conservaba su vestidito rosa y su muñeca en la mano, pero que yacía tumbada boca arriba y con la mitad de la cara arrancada de un mordisco.

A lo largo de su vida y a causa de su trabajo, el Capitán Steve Rogers había presenciado imágenes impactantes y tristes al mismo tiempo, pero nada llegaba a semejante nivel. Sabía que todo lo que sus ojos contemplaban, desde que estalló la epidemia, se repetiría incesantemente en su memoria.

Entraron en una de las casas, forzando la cerradura con unas ganzúas que Steve siempre llevaba consigo.

Una vez cedió, abrieron lentamente. Nunca se sabía qué podían encontrar al otro lado.
Todo tipo de sorpresas les habían recibido en anteriores situaciones similares: familias refugiadas que, al creer que eran zombies, les habían atacado; cadáveres o restos de los mismos esparcidos por el suelo, zombies que se les habían tirado casi literalmente encima...

Esta vez, el silencio y la oscuridad les recibieron. Las cortinas estaban corridas y no se oía un alma en el interior.

Tony le hizo una seña a Steve, la que siempre le hacía y cuyo significado no era otro que el de revisar de arriba abajo la vivienda.

—¿Lo oyes?—le susurró al rubio.
—No oigo nada, Tony.
—Exacto. Está todo demasiado tranquilo.
—Se supone que el silencio reina donde no hay nadie.
—No te hagas el gracioso y sarcástico conmigo, Capi. Busquemos algún indicio de vida, aunque sea la de un gato.

Se separaron. Steve, pistola en mano, comenzó a revisar todas las estancias de la planta baja.
Tony subió las escaleras, apuntando con su arma ante sus narices, atento a cualquier ataque sorpresa que pudiera recibir. Los zombies de clase A podían ser realmente rápidos y fuertes, y más cuando el hambre les consumía.

Con cada pisada, la madera crujía bajo sus pies. Stark intentó hacer el menor ruido posible a medida que ascendía lentamente, controlando incluso su propia respiración.

Un estruendo lo sacó de su concentración y provocó que el corazón le diera un vuelco.
Provenía de la cocina.

Antes de que le diera tiempo a bajar de un salto los escalones que había subido para ayudar a su amigo ante el inminente ataque, pudo escuchar su voz desde allí:

—Está todo bien. He tirado una cazuela sin querer.
—¿De verdad llegaste a ser Capitán de la 10ª División de Montaña?—le preguntó, alzando la voz. Una vez hecho el ruido, no valía la pena intentar ser sigilosos—. Me tomas el pelo, Rogers.

Retomó su ascenso, llegando a la planta de arriba.

Examinó todas las habitaciones. Estaban vacías. No había zombies, ni humanos ni cadáveres.
Steve subió también, una vez revisada la planta baja al dedillo, y ayudó a Tony a terminar la batida.

Entonces, el genio se percató de una trampilla en el techo con una hebilla en su techo.

Alzó la mano, pero no atinó a agarrarla. Fue Steve quien elevó entonces la suya, llegando de sobras debido a su altura.
Miró a Tony y esbozó una media sonrisa triunfal, provocando que el otro pusiera los ojos en blanco.

Maldito metro setenta...

Al tirar de la hebilla, la trampilla cedió y aparecieron unas escaleras, las cuales Tony no dudó en subir.

—Voy yo solo—le indicó a Steve—. Si te necesito te avisaré.

Sacó la linterna del bolsillo y la encendió una vez subió.

El desván consistía en un caótico desorden de muebles y trastos. Mientras apuntaba hacia el frente con el arma, repasó gracias al foco de luz todos los posibles escondites, sorteando los bártulos que se interponían ante él al caminar.

Entonces, tras un viejo piano de pared, creyó escuchar una respiración. Inspiraciones y espiraciones aceleradas, que denotaban demasiado miedo para pertenecer a un infectado.

Dio un paso más largo de lo normal para acabar asomado tras el piano, apuntando de lleno hacia el lugar de donde provenía.

Sonrió, tranquilo al ver qué se escondía de ellos.

—Steve, sube. Tenemos compañía. 

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Siento si el capítulo ha quedado corto. La migraña no me está permitiendo escribir durante demasiado tiempo, y quería que pudierais leer el primer capítulo hoy mismo ^^

¡Se os quiere!

Eider

Apocalypse (Starker)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora