Apocalypse (Starker)

Flashazos

Despertó al sentir unos labios depositando pequeños besos en todo su rostro.
Reconoció su tacto y olor al instante, y abrió los ojos.

Tony Stark, ya vestido, le hacía carantoñas mientras le miraba fijamente.

—Arriba, dormilón—le dijo—. Estamos a punto de llegar al aeropuerto de El Prat, en Barcelona.

Peter se frotó ambos ojos con los nudillos mientras se estiraba sobre el colchón.

—¿Cuánto he dormido?—preguntó, desperezándose.
—Mucho, pero lo necesitabas—respondió el genio, acariciándole el cabello—. Nos espera un día intenso, así que has hecho bien—Se levantó de la cama—. Vístete y prepárate.

Después de colocarse la ropa, y rezar porque pudiera ducharse al llegar a España, Peter salió de la habitación y se sentó junto a una de las ventanillas del jet.

Estaban descendiendo lentamente, aproximándose cada vez más cerca del suelo. Desde ahí arriba podía vislumbrar un horizonte verdoso, salpicado de sistemas montañosos, llanuras y valles, con pequeños montones de casas y edificios que conformaban los pueblos colindantes a la capital catalana.

A medida que disminuía la distancia que los separaba de tierra firme, los pequeños cuadraditos se convertían en viviendas, y pudo distinguir coches circulando e incluso personas paseando.
Es detalle, insignificante en cualquier otro momento de su vida, le hizo inmensamente feliz.

Se respiraba tranquilidad. En aquel continente no había ni rastro de contagio, y todo lo vivido hasta aquel momento se le antojó como una mala y duradera pesadilla.

Un nuevo comienzo le esperaba nada más poner pies en suelo europeo.

Lo que no esperaba, cuando Tony abrió la compuerta de forma manual, fue encontrarse a un grupo de policías, ataviados con uniformes oscuros y armas, aguardando al final de las escaleras.

Les gritaron en español, apuntándoles, y Peter y Tony alzaron las palmas de las manos de manera inmediata.

—No les entiendo, Tony—se quejó el chico, asustado.
—Quieren que bajemos con las manos en alto—respondió él, que tenía ciertas nociones de español—. De momento vamos bien. Sígueme.
—¿No se supone que nos esperaban?—le preguntó, entre dientes, mientras descendían por los escalones—. ¿A qué viene tanta hostilidad?
—Son medidas de seguridad, Peter. Ahora mismo somos una posible amenaza. Podríamos estar contagiados, y ellos no lo saben.
—Eso es ridículo. Si estuviéramos infectados, con todas las horas de viaje que hemos pasado, se nos notaría un poco.
—Entiéndeles, Peter. Están asustados. Ya han visto lo que el virus ha ocasionado en nuestro país.

Bajaron las escaleras. El grupo armado retrocedió levemente sin dejar de apuntarles.
Entonces, una voz se hizo oír detrás de ellos.

—Un moment! No els facin mal! Es Tony Stark!

El genio suspiró aliviado al ver a su amigo Bruce Banner abriéndose paso. Contuvo las ganas de abrazarle y siguió con las manos en alto.

—Siguin qui siquin, doctor Banner—le dijo uno de los policías—, han de posar-se en quarantena fins que ens assegurem que no están infectats.
—Deixeu-me parlar amb ells, al menys—respondió Bruce.

El grupo cedió, permitiéndole acercarse. Stark se aproximó, dispuesto a darle ese sentido y fuerte abrazo, acompañado de varios golpes en la espalda, que llevaba demasiado tiempo queriendo darle, pero Banner se apartó.

—No me abraces aún.
—Vamos, Banner. Sabes que no estoy infectado.
—Lo sé, pero ellos necesitan comprobarlo—sonrió—. Créeme, estoy deseando darte un gran abrazo después de estos años sin vernos, pero primero os tienen que hacer pruebas.
—¿En qué idioma te comunicas con ellos?—le preguntó Tony—. He entendido lo que me decían en español, pero el español que habéis intercambiado luego era un poco raro.