Declaración

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Abrieron unas latas de conserva y se sentaron sobre un par de sillones mientras daban buena cuenta de ellas.
Era curioso el contraste de encontrarse en un jet de lujo mientras comían legumbres en su más barato y sencillo estado de conservación.

—¿Cómo conociste a Steve?—preguntó Peter, sentado junto a Tony.
—Le encontré en New Jersey junto al Sargento Mayor James Barnes, metidos en una trifulca contra unos cuantos infectados—respondió, haciendo una pausa para llevarse el tenedor a la boca—. Les ayudé a salir de ese embrollo y ahí empezó todo. Cuando les conté mi plan, se ofrecieron a ayudarme a cambio de poder viajar conmigo.
—Sabía que Steve estaba afectado por la muerte de Bucky—le dijo Peter—, pero desconocía que realmente no tuviera ganas de seguir viviendo. No creí que lo dijera en serio cuando se despidió de nosotros.
—Las personas pueden parecer felices o estar bien por fuera, pero en realidad nadie sabe lo que tienen dentro. Supongo que todas las bromas y sonrisas de Steve eran una forma de darse ánimos a sí mismo. Se puso una meta a la que aferrarse, y esa meta era traerme hasta aquí.
—¿Cómo fue?—preguntó el muchacho—. Lo de Bucky.

Tony dejó la lata vacía sobre la bandeja plegable de su asiento.

—Fue en Deptford, Filadelfia. Nos sorprendieron de noche, rompiendo las puertas de la furgoneta donde dormíamos. Mordieron a Barnes. Conseguimos huir y refugiarnos en una casa, pero pronto comenzó a mostrar signos de contagio—Peter escuchaba la historia con el corazón en un puño—. Steve intentó contenerle, pero era inevitable. No hay marcha atrás una vez te afecta el virus. Él quería hacer lo mismo que Natasha, contenerle, atarle, llevarle con nosotros hasta que encontrásemos la cura, a pesar de que sabía que lo más probable era que lo ejecutaran nada más poner un pie en Barcelona, si es que no nos mataba antes. Entonces, Bucky se lanzó a por él. Y tuve que hacerlo—resopló—. Le habría infectado de no ser así. Es un recuerdo que aún me sigue atormentando en mis pesadillas.

Peter le acarició el brazo con delicadeza. Al ver que Tony no ponía impedimento, lo hizo con más ímpetu.

El mayor se levantó, y aquello hizo que Peter se avergonzada al instante de aquel acercamiento, pues estaba siendo rechazado.

Sin embargo, Tony le tendió la mano y le sonrió.

—Vamos a dormir. Seguro que estás agotado.

Peter dejó la lata vacía en la bandeja y entrelazó su mano con la del mayor, que le guió hacia la parte trasera del jet.

Al otro lado de una puerta corrediza aguardaba una cama de matrimonio, cuya base estaba asegurada al suelo para evitar movimientos durante los vuelos.
Debido a esto, no contaba con ningún otro mueble salvo un pequeño armario empotrado en la pared izquierda.
Varias ventanillas iluminaban ambos lados de la estancia.

Tony se acercó a la cama y golpeó con la mano abierta sobre el centro de la misma. Apenas dos o tres motas de polvo saltaron volando por los aires.

—La esperaba más sucia, la verdad.
—Está perfecta—dijo Peter, sonriendo.
—Nos esperan unas cuantas horas hasta llegar a Barcelona—le explicó él mientras se deshacía de las prendas—. Más nos vale estar descansados.

Peter se quitó sus prendas también, metiéndose en el lado derecho de la cama. Cuando Tony lo imitó, se acercó a él y besó su frente con cariño.

—Steve estaba muy empeñado en que cuidase de ti—le dijo.
—Ya, bueno... Es Steve, ya le conoces.

Tony apoyó la mejilla contra la cama y lo miró fijamente, casi sin pestañear, hasta que Peter se rió debido a lo incómodo de la situación.

Apocalypse (Starker)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora