Bromas fuera de lugar

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Steve subió los escalones para asomarse, junto a Tony, tras el piano de pared.
Se encontró con un chico, hecho un ovillo en el suelo y oculto en la semioscuridad, que les apuntaba con una pistola de bolsillo sujeta por una mano que temblaba con violencia.

Automáticamente, ambos hombres se agacharon para dejar sus armas en el suelo y alzar las manos.

—Tranquilo, chico—le dijo Rogers con voz calmada. Él y Tony se habían quedado en cuclillas delante de él—. No somos zombies. No te haremos daño.
—¿Es... están... están fuera?—tartamudeó con nerviosismo.

Tony observó que sus ojos se presentaban exageradamente llorosos, como si estuviera a punto de rendirse al llanto de un momento a otro.

—No—negó Steve—. No hay nadie en la casa ni en los alrededores.
—Les hemos volado la cabeza—le dijo Tony con sorna, intentando transmitirle algo de tranquilidad.

El chico dejó de apuntarles con el arma y la soltó también en el suelo. Suspiró. Sus manos, aún temblorosas, rodearon sus rodillas y pegó las piernas al pecho, encogiéndose más si cabía.

Steve se acercó más a él, colocando con cuidado una mano en su hombro.

—¿Cómo te llamas, chico?
—Pe...Peter.
—¿Estás sólo?
—Sí. Mis... padres han sido infectados.

Tony se acercó también, sentándose a su lado. Ambos cuidaban sus movimientos, viendo el nerviosismo del chico, intentando no asustarle más de lo que ya se veía.

—¿Hace mucho de eso?—le preguntó este.
—Anoche. Me encerré aquí y no he salido desde entonces.
—No te preocupes—le dijo Steve—. Ahora estás a salvo. Nosotros estamos preparados, tenemos armas y recursos para sobrevivir.
—Nos dirigimos al oeste—le indicó Tony—, hacia Los Ángeles. ¿Quieres venir con nosotros?

Steve le miró sorprendido. No esperaba que Tony le ofreciera al chico viajar con ellos. Después de todo, se trataba de una misión específica que no admitía a nadie más que ellos.
Aunque, pensándolo bien, en realidad había quedado una plaza libre.

Y nadie que tuviera un mínimo de empatía dejaría a aquel muchacho abandonado a su suerte.

Peter asintió frenéticamente con la cabeza, notando cómo una oleada de alivio se apoderaba de su ser.
Tras una noche interminable, en la que el terror le había impedido pegar ojo y creyó, al escuchar a los zombies fuera, que sería la última, encontrar a aquel par de hombres era lo mejor que podía pasarle.
Se veían fuertes y seguros, y le estaban brindando su protección.

—¿Están... muertos?—preguntó. Le dolía formular aquella pregunta—. ¿Mis padres?
—No hemos visto restos de zombies ni de caváderes—le indicó Tony, recogiendo su arma y poniéndose en pie.
—Había una ventana rota en la sala de estar—recordó Steve—. Debieron de salir por ahí.

Steve se incorporó también y le tendió una mano al chico, que se levantó y necesitó estirar bien sus enmudecidas extremidades tras tantas horas sin moverse.

—Deberíamos entablillar esa ventana—le dijo Tony a Steve.
—Aquí arriba hay bastantes muebles—informó Peter—. Podéis romper lo que queráis para usarlo en la ventana. Las herramientas están en esa esquina de ahí.
—¿Harías tú algo mientras nosotros nos encargamos de ello?—le preguntó el multimillonario, quitándose su mochila y tendiéndosela al chico—. Aquí dentro hay carne congelada. Descongélala y prepárala para comer. Así todos nos sentiremos útiles.

Peter recogió su pequeña arma y bajó del desván. En realidad, hubiera preferido quedarse ahí arriba con los dos recién llegados por si las cosas volvían a complicarse.

Apocalypse (Starker)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora