Dar el paso

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Durante los siguientes días, Tony y Steve ayudaron a Natasha y Wanda a llevar provisiones a las familias refugiadas en los bunkers vecinos.

Stark continuaba llamando a su amigo Bruce cada día, relatándole las últimas novedades.

Peter, a pesar de querer ayudar, debía recuperarse de la herida que sanaba en su pierna, de manera que le obligaban a quedarse en el bunker.
Se aburría demasiado, de manera que ya se había recorrido el refugio de lado a lado, conociéndolo al dedillo.
Sólo había una zona en la que no había visitado: una habitación que se encontraba al final de un largo pasillo, a la cual tenían todos la entrada restringida.

Ninguno de ellos sabía los motivos de dicha prohibición, pero respetaban la decisión de las mujeres de no explicarlos. Después de todo, ellos estaban en su territorio tras haber sido salvados por ellas.

 Después de todo, ellos estaban en su territorio tras haber sido salvados por ellas

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—Necesito salir, Steve—le dijo una de esas noches.

Era imposible pretender que se mantuviera bajo tierra, sin ver siquiera la luz del sol, y que su cuerpo no entrase en estado de ansiedad.

—Es peligroso, Peter—respondió el rubio.
—No lo entendéis—se desesperó—. Necesito que me dé el aire. Llevo días aquí metido.
—El chico tiene razón.

Tony entró en la habitación de Peter, que permanecía sentado en el borde de la cama. A pesar de continuar con el vendaje y las curas diarias, ya podía caminar con relativa normalidad.

—Pero Tony...—le dijo Steve.
—Le va a dar algo, Rogers—Lo señaló—. Los zombies también duermen, ¿verdad? Voy a sacarle fuera y escoltarle mientras respira un poco de oxígeno. Iremos armados y no nos alejaremos mucho de la entrada.

Peter sonrió, agradecido por el ofrecimiento del mayor.
Se hicieron con un par de armas de entre las que Natasha y Wanda guardaban en el búnker y salieron al exterior.

Era de noche. Por primera vez, mientras daba una enorme bocanada de aire, Peter descubrió dónde estaban.
Se trataba de una zona de campo, iluminada por la luna y la luz que provenía de la ciudad, al fondo.

Tony encendió una linterna y peinó la zona con ella.

—Despejado—anunció—. Si vienen, como estamos en mitad de una explanada, los veremos a lo lejos. Tenemos tiempo de reacción.

El chico cerró los ojos y se centró en aspirar el olor a hierba fresca y humedad, lo que indicaba que había llovido recientemente. Había estado tan bajo tierra que ni siquiera se había enterado.

—Gracias, Tony. No te haces una idea de lo que necesitaba salir.

Se sentó en la hierba, dejando el arma junto a él, y alzó la vista al cielo nocturno.

La contaminación lumínica impedía poder ver las constelaciones, pero aun así podía distinguir bastantes estrellas y una luna menguante.

—¿Qué vamos a hacer?—le preguntó—. Llevamos días aquí, sin movernos, sólo ayudando a Natasha y Wanda.
—Ya estoy pensando en algo—respondió Tony, que permanecía de pie y daba pequeños rodeos, asegurándose de que no corrían peligro—. Romanoff tiene ahí abajo un taller que puedo usar para crear armas nuevas y más potentes contra esas alimañas.
—Ah, sí. El taller. Lo vi hace unos días. Tienen bastantes cosas.
—Era de su padre—le dijo—. Ella carece de conocimientos de ingeniería. Sólo conoce lo básico, así que todo lo que ve en el taller le parece chatarra. Pero para mí es nuestro billete de salida de los Estados Unidos.

Apocalypse (Starker)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora