Más bonito que el amanecer

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—¡Ey, enano! ¿Sueño reparador?

La voz de Tony no sonaba en absoluto molesta, ni siquiera asustada al percatarse de que el chico no dormía. En su lugar, denotaba amabilidad. Aunque Peter seguía de espaldas y no podía verle, era capaz de adivinar una sonrisa en su rostro en aquellos momentos.

Se desperezó, fingiendo que acababa de despertarse, y entonces se giró mientras se frotaba un ojo. Steve conducía en silencio y el multimillonario tenía el tronco girado y un brazo apoyado en el respaldo del asiento, mirándole con esa sonrisa que sabía que había esbozado.

—Aún es de noche—murmuró, simulando soñolencia—. ¿Dónde estamos?
—Llegando a Washington DC—le dijo—. Te llevaría de tour por la Casa Blanca, pero debe de estar tan vacía como sus calles.

Peter se apartó de las mantas y gateó hasta situarse tras Steve y Tony, apoyando los brazos sobre el respaldo como acostumbraba a hacer.

Acababan de tomar la carretera que los llevaba de lleno a la ciudad.
Tal y como vaticinó Stark, no se respiraba un alma en la zona. Las calles, antaño repletas de vehículos circulando y peatones transitando, se disponían a darle la bienvenida al nuevo día en casi completa soledad. El color negro del cielo comenzaba a tornarse azul marino, y las farolas continuaban iluminando sus calles.
El único atisbo de vida (si es que se le podía llamar así), eran algunas decenas de zombies que deambulaban sin rumbo fijo por las calles.


Washington era una ciudad grande. Los tres sabían que la ausencia de gente no infectada no significaba que todos hubieran perecido. Teniendo en cuenta la hora, y sumado a la situación límite que estaban viviendo, sabían que los supervivientes debían de estar escondidos dentro de sus casas o refugios.

Steve desaceleró para tomar una calle a la derecha, y uno de los zombies aprovechó el momento para lanzarse contra el parabrisas. Peter se asustó, cayendo hacia atrás y observando aquella piel llena de pústulas, reseca y hecha jirones, ahora pegada contra el cristal y emitiendo gruñidos y sonidos que difícilmente podía catalogar.

—Cristal blindado—dijo Tony con orgullo—. Pásame la pistola, Pete.

El chico tanteó rápidamente por el suelo, agarrando el arma y pasándosela al mayor.
Tony bajó la ventanilla con una tranquilidad pasmosa, quitó el seguro del arma y apuntó al infectado, volándole los sesos.

El cuerpo inerte del mismo cayó hasta el suelo arrastrándose por el cristal, dejando a su paso un reguero de sangre y vísceras.

Peter encontró la situación, además de horriblemente repugnante, llena de frivolidad. La deshumanización llevada a su máximo apogeo.
Arrebatar vidas de infectados, que antaño fueron personas con sus metas, ilusiones y deseos, se había convertido en algo tan cotidiano que no había lugar para remordimientos ni quebraderos de cabeza por darles muerte. Tony y Steve no se inmutaron los segundos que duró la ejecución, y el rubio elevó la dosis de frivolidad al asunto al accionar los expulsores de agua, que se mezclaron con los fluidos antes de ser limpiados por los limpiaparabrisas, devolviendo al cristal su aspecto reluciente.

Como si nada hubiera pasado. El muchacho supo que debía acostumbrarse a ello y no darle tantas vueltas.

—Deberíamos salir a las afueras—comentó Steve—. Esto está infestado, y tengo hambre.

Minutos después, tomaban una carretera que los llevaba a las afueras, a una zona de campo abierto.
Aparcaron en el arcén y salieron del vehículo para tomar algunas latas de comida y dar buena cuenta de ellas.

Al acabar, Steve quiso dar una vuelta por los alrededores antes de emprender de nuevo la marcha, dejando solos a Tony y Peter.

El muchacho dio varios pasos al frente, dejando atrás la carretera y adentrándose en el campo. Sus zapatos pisaban hierba verde y fresca, y sus fosas nasales aspiraban el olor de la misma.

Apocalypse (Starker)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora