PROLOGO:

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—  ¿Me quieres?

—  ¿Lo dudas?

No, no lo dudaba. Estaba segura de como nos queríamos.

La suave brisa de esa tarde, el sol ocultándose, el leve ruido de las aves, aquellas mariposas blancas que revoloteaban sus alas a nuestro alrededor y su sonrisa, hacían de este un momento muy especial.

— Hace mucho frío ¿No?

Respondió mi pregunta asintiendo y mirándome.

Su mirada era tan acogedora que juraría que me derretía al ver sus ojos sobre los míos.

—  Toma, bella — cuando mencionó el apodo con el que me llamaba siempre sentí mariposas en el estómago, al mismo tiempo que se quitaba su abrigo y me lo daba.

Pensé en decirle que no se preocupara, pero no quería rechazar su gesto.

—  Gracias... — y sonreí.

Nos sentamos en el pasto. Fue buena idea venir a este parque, nos proporcionaba un buen ambiente, tranquilidad e intimidad.

— ¿Sabias que día es hoy? No es aniversario ni nada pero... Un 22 como hoy te conocí. Ese día en esa fiesta fue la primera vez que te vi ¿recuerdas? — me dijo.

— Claro que lo recuerdo, estabas ahí, ambos estábamos sentados, recuerdo que nos miramos casi toda la fiesta, era algo mágico, raramente pensé Creo que él puede ser el amor de mi vida y no te miento ... — sonreí nostálgica.

— Pensé que jamás había visto una chica tan hermosa, quería solo mirarte, ¡Y cuantas ganas tenia de besarte! No me importó el resto, le levanté y caminé hacia ti, y cuando vi que también te levantaste y caminaste a mi, sentí... ufff... conexión absoluta, amor a primera vista, ni siquiera tuve que invitarte a bailar, nos juntamos como sincronizadamente.

Él lo contaba todo mientras sonreía ensimismado y alegre.

— En ese momento creí en el destino — dije — y ni siquiera sabia tu nombre, era la primera vez que te veía.

— Fue el mejor día de mi vida — sonrió como sabe hacerlo.

Escuche un ruido a mis espaldas y voltee, él aprovechó y me empujó al pasto, quedando sobre mi, y me sonrió.

Poco a poco fue acercándose a mi rostro, su respiración era leve y la sentía, se detuvo con nuestros labios casi juntos y tomó un respiro, al segundo sus labios rozaron los míos en un beso suave y cálido, que poco a poco fue subiendo de intensidad, movía los labios y degustaba los míos, lentamente se detuvo, me regaló una sonrisa y se separó de mi.

De pronto se puso de pie, me miró y se acercó rápidamente, me rodeó con una mano la espalda y usó la otra para cargarme, me levantó y caminó conmigo entre sus brazos, estaba tan tranquila que ni siquiera pregunté a donde me llevaba, solo me acomodé y me relajé entre sus brazos.

Se detuvo y me hizo poner de pie, yo aún seguía en la tranquilidad del momento y pise poco al poco el suelo, demoré mucho en reaccionar y ver frente a mi.

Puse los ojos en blanco.

Me sobé la vista como si estuviera segura de que aquello no era real, voltee a verlo a él y estaba sonriendo feliz, inmediatamente me llevé las manos cubriéndome el rostro en acción de sorpresa.

No podía creer lo que veía.

El ambiente de aquel parque se había convertido en algo maravilloso. Los arbustos y árboles estaban con luces doradas brillantes y adornos por todas partes, el anochecer hacia que todo se viera aún mejor...

Pero lo que mas me sorprendió fue aquella escritura que estaba en el medio de toda aquella maravilla.

"¿QUIERES CASARTE CONMIGO?"

Sentí las lágrimas de felicidad que recorrían mi rostro y una inmensa emoción que se precipitó cuando él se colocó frente a mi y se arrodilló.

Sacó una cajita decorada hermosa, y la abrió, un anillo dorado con un diamante al medio es lo que se pudo apreciar entre sus manos.

—  Y entonces tú, el amor de mi vida... ¿Quieres casarte conmigo? Prometo estar contigo el resto de mi vida, cuidarte y hacerte feliz, porque eres perfecta, te amo más allá del horizonte....  De ahora en adelante quiero ver cómo te duermes abrazada a mí todas las noches y cómo nos despertamos mirándonos todas las mañanas hasta el fin de nuestros días.

Lloré.

Lloré de inmensa felicidad.

Esta vez había superado a todas, a la primera vez que salimos en una cita, al primer "te amo", al primer beso, a la primera vez que hicimos el amor...

— Si, claro, claro que quiero casarme contigo.

Y con el anillo puesto en el dedo anular de mi mano derecha, me sentía la chica más afortunada del planeta.

Me incorporo y ahora yo me arrodillo frente a él y lo beso, diez, veinte, treinta, cuarenta segundos, más, con los ojos cerrados. Sin aliento, sin aire, sin nada, solo sintiéndonos el uno para el otro.

Queriéndonos, adorándonos, amándonos.

— Amor... ¿Me amarás para siempre?

Su pregunta me toma desprevenida, pero sé la respuesta.

—  Siempre, te amaré para siempre Thomas.

—  Y yo, Elizabeth.

INFIEL TÚ ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora