2. Su llegada

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Había llegado a casa tras bajarme del coche. Zara me había anunciado que mi padre llegaría al día siguiente, por lo que se me había caído el alma a los pies.
Debía aprovechar de mis últimas horas de paz y armonía, así que puse música en el altavoz de mi habitación y escuché toda mi playlist de Ariana Grande y otros de mis artistas favoritos.

Mi móvil vibró y lo miré, era Sadie de nuevo, quien decía que el uniforme de las porristas había sido rediseñado por la nueva profesora de educación física, una tal Astrid. Sin embargo no conocía el nuevo diseño del traje, lo cual nos mataba de curiosidad.

Le había dado mil vueltas a lo de ser animadora un año más ya que el hecho de tener que renunciar a la deliciosa comida por mantener la línea me aterraba. El curso anterior había perdido al rededor de doce kilos por no haberme controlado y tuve varios desmayos que alarmaron bastante al profesorado y a todos mis amigos y admiradores.

Después de consultarlo con la almohada, lo había decidido. Era elástica como una goma, ágil y con una rutina de deporte habitual, estaba en forma y cumplía todas las cualidades que debía poseer para formar grupo de las porristas. Lo único malo era que necesitaba una autorización de mi padre para poder entrar al club, sin embargo conocía la firma de mi padre por lo fácil y simple que era. Se trataba de sus dos iniciales entrelazadas, RW.

Después de dar muchas vueltas en la cama, concilié el sueño y caí dormida en sueño profundo.

(***)

Mi despertador había sonado, me irritaba. Eran las cinco de la mañana, mi padre llegaba a las siete, por lo que había optado por despertarme antes y no tener que enfrentarme a él. Me froté los ojos, no estaba acostumbrada a levantarme tan pronto. Me di prisa, me puse unos pantalones largos negros y una camiseta suelta amarilla. Me hice ondas en el pelo y me preparé la mochila. Me fui a la cocina, pero escuché la gran puerta de mi casa abrirse, así que di media vuelta y corrí hacia mi cuarto con la mochila en la mano. Mi habitación estaba la planta baja de la gran mansión, por lo que podía salir por la ventana.

¿Por qué diablos había llegado antes?

Ni siquiera había desayunado, mi estómago no tardaría en rugir.
Después de correr unos cuantos metros, llegué a la puerta del instituto que para mi sorpresa ya estaba abierto. Descansé mis brazos sobre mis rodillas y jadeé unos pocos minutos. Me peiné con las manos y me dirigí corriendo al baño para maquillarme.
Estaba vacío, incluso daba algo de miedo, ya que daba la sensación de que si tocaba tres veces a la puerta de uno de los cubículos aparecería un fantasma como en las películas.
Me puse frente al espejo y saqué el neceser que siempre llevaba en la mochila. Me puse rímel, iluminador y un gloss rosa que me quedaba de maravilla y hacía que mis labios se vieran todavía mejor.

Salí del baño y me topé con el profesor Heller, el nuevo del que todas hablaban por redes sociales desde ayer. Me miró frunciendo el ceño y se quitó las gafas.

—Señorita Warrior, ¿qué hace a estas horas en el instituto?—Preguntó. Me giré hacia él con una sonrisa falsa y forzada.

—Soy West, no Warrior.—Me crucé de brazos.—Y lo que haga aquí a estas horas no es de tu incumbencia.—Terminé tuteándole. No me salía llamarle Sr.Heller ya que apenas tenía seis años más que yo. Mi estómago rugió y noté la sangre ascender hasta mis mejillas. Era un momento verdaderamente vergonzoso para mí.

—¿Tienes hambre? En la sala de profesores hay máquinas de comida, puedo dejarte entrar si guardas el secreto.—Me propuso Jayden. Pero negué con la cabeza.

ClaireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora