¿Quién iba a imaginar que Claire, la niña rica y popular del instituto iba a ser maltratada al llegar a casa?
La vida de Claire no es tan bonita y lujosa como todos piensan. Su padre, uno de los empresarios más exitosos de la ciudad, en realidad es...
Me había quedado dormida después de tanto llorar. Cuando abrí los ojos, estaba tumbada en una cama incómoda con algo de hielo en la espalda. Tenía la sensación de que había permanecido dormida bastantes horas. Me incorporé y me di cuenta de que estaba en la enfermería del instituto, la cual aparentemente estaba vacía. Salí de la cama procurando irme a casa sin que nadie lo notase. Estaba avergonzada, había hecho el ridículo. Antes de que pudiera abrir la puerta, esta se abrió y no era otro que Heller.
Cerró la puerta detrás de él y me cogió de la muñeca con fuerza mientras se dirigía a la cama.
—¿Se puede saber cómo te has hecho lo de la espalda? Estás llena de heridas y de hematomas por no hablar del que tienes en el bajo de la espalda. Es gigante.—Me preguntó y yo tragué saliva. Debía de inventarme una excusa cuanto antes.
Miré a otra parte y me senté en la cama. Jayd no despegaba su vista de mí.
—Ayer entrenando me caí varias veces.—Respondí en un tono casi inaudible. Él me acercó a mí incrédulo pero dio media vuelta y se cruzó de brazos.
—¿Y por qué no me lo creo?—Preguntó y me quedé callada.—Tus compañeros sólo han visto tu parte baja de la espalda Claire, pero yo lo he visto todo y definitivamente no son heridas de entrenamiento.—Terminó y me sentí aliviada. Al menos podía usar la excusa del entrenamiento con los demás, pero Jayd había visto demasiado, me levanté de la cama y me dirigí a la salida mientras escuchaba sus palabras.
—Sé que hay algo más West, y no voy a parar hasta descubrirlo.—Dijo y cerré la puerta. Tenía ganas de llorar de nuevo. Una vez en el pasillo del instituto me di cuenta de que ya era la hora de salida, así que corrí sin mirar atrás. Zara me estaba esperando en el coche. Abrí la puerta rápidamente y me di cuenta de que mi mochila estaba dentro del mismo. Suspiré aliviada y emprendimos el camino hacia la mansión, donde estaba segura de que me esperaba algo terrible.
Una vez Zara aparcó el coche, bajé de él y el miedo se apoderó de mí. Estaba segura de que el instituto había llamado a mi padre para comunicarle lo que había pasado, y aquello era como cavar mi propia tumba.
Abrí la puerta, mi padre ya estaba frente a mí esperándome. Me cogió con fuerza del antebrazo y me tiró al suelo. Volvía a estar borracho. Una vez en el suelo comenzó a pegarme patadas en las costillas. Apenas podía respirar.
—Maldita zorra.—Dijo. Se agachó y me miró. Tenía la expresión de todo un loco. La respiración agitada y los ojos inyectados en sangre.—Eres igualita a tu madre. Ojalá el cáncer que se la cargó te pase a ti.—Dijo y comencé a llorar, una vez más. Recordar la muerte de mi madre sin duda me dolía más que todas sus palizas juntas. Podía jurar que me temblaba todo el cuerpo.—¿Los inútiles de tus profesores han descubierto que tu papaito te pega?—Me preguntó estirándome de las raíces del pelo.—¡¿Lo han descubierto?!—Preguntó entre gritos.
—No fue mi culpa, no dije nada papá te lo ju...—Me interrumpió con una nueva bofetada. Tras mis palabras estaba todavía más furioso. Me levantó cogiéndome del brazo con fuerza. Me intenté zafar de sus agarre pero me resultó imposible. Me llevó hasta su habitación y me tiró sobre su cama. Olía a él, era repugnante.
Me quitó la sudadera con agilidad, dejándome en sostén. Estaba asustada, no quería que pasara otra vez. En aquel momento solo pensaba en lo agradable que sería estar muerta. Comenzó a tocar mis senos. Era asqueroso, quería vomitarle en la cara pero no quería morir en sus manos. Sus manos pasaron por debajo del sostén. Se me erizó la piel, pero no por placer sino por miedo. Acercó la cara al hueco de mi cuello y comenzó a lamerme la piel. Mi estómago se revolvió. Quería irme de ahí, quería ser salvada por alguien.
—¿Sabes por qué te hago daño Claire? Porque me la pone dura.—Susurra contra mi piel y cierro los ojos llorando desconsoladamente.—Eres igual que Elise. Tenéis la misma cara... y el mismo cuerpo.
Me bajó el pantalón acompañado de mis bragas. Estaba desnuda frente mi agresor y no podía hacer nada. Mientras entraba y salía de mí no podía dejar de pensar en Jayd. En que él quería descubrir lo que me pasaba, en que era el único hombre que se preocupada por mí. No podía dejar de llorar, pensaba que me iba a quedar seca. Una vez terminó de hacerme aquella atrocidad me tiró de su habitación sin ropa y corrí al baño. Cerré la puerta detrás de mí. Tenía un nudo en la garganta imposible de deshacer. Las piernas me temblaban y me repugnaba mi ser. Me repugnaba por ser tan débil y por ser la persona en la que me había convertido mi padre Me miré al espejo. Tenía la cara roja y los ojos y los labios hinchados. El pelo despeinado y no podía dejar de temblar. Al instante pensé en que si estuviera muerta no volvería ser violada. No volvería a ser maltratada y no tendría que volver a ver a mi padre. Me acerqué a un cajón y vi una cuchilla de afeitar. Fue lo único afilado que encontré. Me la pasé con fuerza por la piel de los antebrazos. Mi piel se había rasgado y comenzó a brotar sangre, pero no la suficiente como para desangrarme. Maldije y me escurrí hasta sentarme en el suelo sin dejar de llorar. Era la segunda vez que pasaba.
Las palabras de mi padre se repetían en mi cabeza una y otra vez y sin poder evitarlo, me acerqué al retrete y vomité la poca comida que había ingerido.
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