CAPITULO XII

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El pánico volvió a invadir cada rincón de aquella provincia. Los dotados y prodigios hicieron todo lo que me Merina les dijo. Incluso tuvieron que arrastrar a familias enteras hacia aquel sótano, todo para poderlos llevar hasta el portal que los teletransportaria a un lugar seguro. La joven no estaba segura de si su equipo sería capaz de utilizar los dijes que recién acababan de salir para ellos. Pero estaba confiada en su antiguo equipo, quienes ya tenían suficiente práctica en el manejo de aquel armamento. Poco a poco la población de kebhek comenzó a disminuir, dejando solo a los guardias de Elizabetha, junto con el equipo de prodigios y dotados, además de los padres de algunos de estos.
Era de madrugada, quedaban pocas horas para que amaneciera y no sabían cuántas horas más tendrían que esperar a que su enemigo apareciera.
No había sido un día, particularmente bueno. Los jóvenes estaban cansados y los adultos no podían dar un paso más. Si su enemigo apareciera en ese momento y bajo esas circunstancias,  era más que evidente que tendría la ventaja sobre ellos. Sin embargo, ninguno de ellos bajo la guardia.
─Quiero que duerman ─suplicó Merina, pero ninguno de ellos pareciera escucharla.
─Eso no pasará ─afirmó Dorothy con la vista hacia el frente.

Merina estaba comenzando a preocuparse. Era testigo de todo lo que Dagha podría hacer si se lo propusiera, sabía que era un nikkei extremadamente poderoso y no estaba del todo segura qué tan grande era su ejército.
Todo quedó en silencio, un silencio tan espeso que incluso podrían escuchar latir de sus corazones.
La pequeña Sula se encontraba acurrucada en uno de los rincones junto a Thara y Hazel, mientras Mithra las protegía con su enorme cuerpo. el resto de los lobos se habían vuelto a transformar en enormes bestias y custodiaban al frente junto con Merina, Elizabetha y el resto de los prodigios y dotados.
─¿Cuánto tiempo tenemos, Sula? ─, preguntó Merina.
─Menos del que crees ─respondió la pequeña, asustada. En ese momento, se escuchó un estridente alarma que le puso los pelos de punta a todos y cada uno de ellos. Merina giro hacia sus espaldas y observó a su equipo con pánico. Buscó por todos lados a su enemiga con la mirada, pero no era capaz de ver absolutamente nada y eso la estaba comenzando a poner nerviosa. La alarma se estaba comenzando a ser cada vez más aguda lo cual estaba invitando a la chica. Sus oídos no eran capaces de soportar semejante ruido, se llevó las manos a estos, tratando de mitigar aquel sonido, pero todo parecía en vano. Desesperada, se dejó caer de rodillas al suelo gritando. Todos los presentes llevaban sus manos a sus cabezas evidentemente adoloridos por aquel sonido, aunque era obvio que Merina era la más afectada.
Gritó fuertemente, provocando que una oleada de fuertes vientos azotara aquel lugar. Los presentes se llevaron las manos a la cara para tratar de evitar que el viento les golpeara de lleno. Merina quedó a gatas en el suelo, mientras de sus oídos brotaban algunas gotas de sangre.

─Que con esto quede claro Merina, el primer golpe lo he dado yo.

Se escuchó una voz que evidentemente pertenecía a Dagha de Evenigh. Todos giraron en busca del paradero de aquella voz, pero no había nada alrededor. Merina se puso de pie y limpió con sus manos la sangre que había brotado de sus oídos. Sonrío maleficamente y levantó la mano chasqueando los dedos.

─Tal vez ─dijo la chica con malicia─, pero te aseguro, Dagha, querida que el último golpe lo daré yo.

Apenas la chica chasqueo los dedos, la alarma se apagó y las altas e invisibles murallas de la provincia cayeron, mostrando a una exuberante mujer que estaba rodeada por cientos y cientos de hombres armados que vestían una armadura plateada. Dagha de Evenigh sonreía con malicia. Bestia una brillante armadura plateada, que dejaba ver con claridad las curvas de su exuberante cuerpo. Su largo y platinado cabello caía sobre su espalda sostenido por una banda elástica formando una coleta. El equipo de Mérida se puso en guardia pero era más que evidente que aquel ejército lo superaba el número y por lo que se veía, no sólo eso sino también en experiencia.
Dagha y Merina intercambiaron miradas, mientras un intenso silencio se hizo presente.

Descendientes || The Last (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora