CAPÍTULO 10

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POV Natalia

— ¿Dónde está la morena más buenorra de este universo?

— ¡Ala, Mari! Ya estoy to' celosa.

Solté una carcajada al escuchar a aquel par tras la barra del bar, pero la malagueña no asomó la cabeza por encima de la barra hasta que no me reconoció.

— ¡Hostia, tronca! — Dejó el paquete de hielo sobre la encimera —. ¡Que es la Natalia!

— Holi, buenas.

Balanceé la mano en el aire con una sonrisa que no me debía caber en la cara y, antes de que pudiera decir mucho más, las dos salieron escopeteadas para ver quién asfixiaba antes a quién.

Mis amigas. Mis intensas y locas amigas.

Pablo, quién se había encargado de recibirme y estrujarme nada más verme, se retiró lentamente en cuanto nos pusimos a hablar sin freno. Solo hacía unos cuantos meses desde la última vez que nos encontramos y nos manteníamos en contacto constante a través de videollamadas, pero prácticamente habíamos crecido juntas y aún extrañaba ver sus caras de zombie de buena mañana. 

Pasarnos fotos por el grupo, no era tan divertido como picarnos en vivo y en directo.

María seguía siendo una fuente de insultos inagotable, Marta no paraba de gritar emocionada y las tres nos desvivimos en cumplidos hacia las otras sin enterarnos una mierda de los que nos llegaban. Nosotras en esencia.

— ¿Como va por la tienda de ropa? — Le pregunté a María en cuanto se acercó a nuestra mesa con otras ronda de botellines.

Ya debíamos ir por la tercera, pero después de pasarme toda la mañana haciendo llamadas y contestando correos, necesitaba algo muy frío que meterme en el cuerpo. 

— Pues de puta madre, tía. — Se detuvo para descargar en la esquina —. Me salvaste el culo con los diseños que me enviaste, porque no tenía ni puta idea de cómo combinar ese jersey tan hortera.

Le guiñé el ojo lanzándole el abridor manual por encima de la mesa. Tampoco había sido para tanto y no me había costado nada echarle un cable, era lo que solíamos hacer cuando compartíamos oficina.

— Cuando quieras, corasón. — Le aseguré.

— Si es el que pasasteis el otro día por el guasap, no era tan hortera. — Comentó Marta, sin salir de su trance de máxima relación —. Está to' guapo en verda', yo me lo pondría.

— Por eso sé que es hortera, cariño, porque tú te lo pondrías.

Dejé de pasar mis uñas por el cuero cabelludo de la afectada, moviéndome a tiempo para esquivar el trapo sucio que acabó impactando en el pecho de la rubia. Lo vi venir.

— Que era coña, cabrona. — Reclamó tirándoselo de vuelta —. Si a ti con el cuerpazo que tienes te queda todo bien, pero yo no tengo tu culamen, ¿sabes?

— ¡Chúpame el deo gordo del pie!

La miré con una mueca por lo inesperado que había sido eso.

— ¿Qué? — Me preguntó — Deben estar jugosicos despué' de tenerme aquí metía subiendo cajas del almacén.

— ¡Marta, tía! — La empujé mientras la otra se reía a carcajadas.

Lo peor era que sabía a ciencia cierta que eso sería así, porque María siempre se las había ingeniado para esclavizarnos a todas a cambio de birra gratis. 

¿El bar de su madre? Nuestro mejor gimnasio.

— ¡Oye! ¿Cómo lo lleva Ici? — Recondució la conversación la culpable de nuestras piernas de hierro.

Come Back And TryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora