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8 días... 49 horas... 27 minutos... Con 42 segundos exactos. Aún encerrada. En la, ya conocida, jaula de cristal, recibiendo inyecciones cada dos minutos y apenas un plato de comida.

En estos días los dolores se volvieron insoportables, pero me siento extrañamente tranquila, es raro pensando que antes tenía la necesidad de golpear a todo ser vivo que me cruzará. Creo que me están inyectando con tranquilizantes, eso explicaría las inyecciones a cada minuto, tan solo para regular mí humor o temprano. Esas cosas dejan mí cuerpo sumamente pesado y adolorido, además no les molesta colocar las inyecciones en el mismo lugar, todo el tiempo, justo en el pulso de mí codo izquierdo, que como consecuencia comenzó a arder desde hace unos días.

Como era de esperar, no puedo recordar, ni siquiera una imagen la de masacre.
Luego de unos días comiéndome la cabeza con ese tema, me resigné, y ahora me da igual, total mate a personas que le hicieron daño a niños, adolescentes u otros seres vivos del planeta, que de seguro, no se lo merecían. Tengo la mente más fresca, calmada, pude recordar los últimos días. El incendio, mí madre, mí padre, la comisaría... Max... Ese nombre... Ese chico... Me resultó tan extraño. Ahora lo entiendo, el me advirtió de ésto, en la comisaría, me advirtió, pero era demasiado tarde. Siento una sensación de alivio extraño, como si hubiese completado un rompecabezas, pero siguen faltando partes, algo para que todas las piezas encajen y armen las respuestas a todas mis preguntas.

La habitación a pesar de estar en horario de trabajo, se mantiene en silencio, puedes ver a los mismo científicos pasear con sustancias colocadas en pequeños tubos de vidrio, de un lado a otro, los dos guardias en la puerta que no hacen más que vigilarme y observar afuera de vez en cuando.

La puerta se abre bruscamente, pego un salto desde el suelo y miro atentamente la puerta, el ruido en esta habitación es casi nulo, todo el tiempo, ni las moscas hacen ruido. Pero...

Hablando del Rey de Roma...

Un adolescente, de cabello blanco, ojos rojos, altura colosal y la piel teñida de blanco. Derriba la puerta de una patada, haciendo sonar las alarmas, la sala se oscurece para explotar en luces rojos que prenden y apagan.

—¡Shayra!— Su voz es la misma, pero su tono suena preocupado. Derriba a los guardias sin mucha dificultad, toma envión, rompiendo la pared de cristal que me aprisiona, luego se lanza sobré mí y me envuelve en sus brazos, sosteniendo mi cuerpo sobre su pecho. —¡¿Que mierda le hiciste?!— Sus palabras son dirigidas hacia la peor mierda de persona que me ha tocado soportar, el Idiota se acerca con calma, pero con todo el odio recargado en sus ojos, su mirada es más fuerte que el cañón de una pistola apuntando directamente a tu cabeza. Es imposible no tenerles miedo.

—Lo mismo que a ti— Aplaude con una sonrisa falsa, sus ojos brillan de rabia —¿Creíste que no la encontraría? ¿Quién te piensas que soy? Tengo hombres hasta debajo de la tierra, mí pequeño lobo— Coloca sus manos sobre la mesa adoptando una posición intimidante, justo en frente de nosotros donde se encuentran tubos delgados vacios y perfectamente ordenados.

Max sostiene mí cuerpo más fuerte, me duele —Ay— dejo salir un quejido.
Apenas me quejo el detiene su fuerza, siendo extremadamente delicado en su agarré, me eleva en sus brazos y salimos del laboratorio a pasó rápido. Mis pensamientos no pueden ser más desorientados, el aire del pasillo choca contra mí cara, un aroma a polvo cubre mí naríz, al parecer solo el laboratorio se mantiene en condiciones. Un largo pasillo llenó de jaulas, puertas, cadenas, ese lugar era un auténtico laberinto, Max me llevaba de aquí para allá, el pasillo mantenía la misma forma, color y aroma desde que salimos del laboratorio, un par de vueltas sin sentido y llegamos a una ventana, colocó con delicadeza mis pies en el suelo, mientras me sostenía con una mano y con la otra abría la persiana, no le causo problemas salir conmigo por ella y caer sobre un césped verde brillante, bajo un cielo celeste y un sol espléndido, o tal vez sea yo la que no salió en mucho tiempo, el aroma era más fresco, un aroma a flores me tranquilizó. Le pedí con los ojos que me bajará, pero el parecía querer llegar a otro lado.

—¿Vamos a escaparnos?— Pregunté ingenua, mirando el paisaje, nuestro paseo termino debajo de un árbol de tronco negro con hojas blancas y flores rosas -¿Que tipo de árbol es éste?- me pregunte a mí misma. Nos sentamos y me colocó encima de su regazo.

—No.

—Yo quiero escaparme— Asegure mirando sus ojos rojos, que cambiaron a un azul profundo frente a los míos.

—¿Te duele algo?

—La cabesha— Señale mí frente con mí mano.

Max oculto una risa por mí forma de hablar, efectivamente estaba anestesiada.

—Quiero tocar el pashto— Intenté rodar sobre el.

—Esta bien, está bien— Me levantó como una pluma y me colocó suavemente sobre el suelo.

—Es shuave, muy shuave— Me acosté en el suelo, el suelo de baldosa no me era cómodo.

—¿Quieres dormir?—

Respondí con ligeros movimientos de cabeza, estaba extrañamente cansada a pesar de haber estado una semana sin moverme.
Me siento drogada, muy mareada, mis ojos se cierran solos y mí cuerpo no es capaz de mantenerse. El pasto es largo y muy suave, mejor que una cama. El viento choca en mí espalda, como si me estuviera acariciando, es muy agradable.

Esos días encerrada no pude dormir, no podía bajar la guardia, quien sabe lo que podia suseder mientras estaba vulnerable.

Max no se apartó de mi, pude sentir como su cuerpo emanaba calor delante del mío, su brazo colocado en mí cintura, apretando el poco espació entre nosotros, logrando el suave contacto de mí rostro con su pecho cálido. Su respiración era exageradamente lenta, el aire expulsado por su nariz choca contra mí cabello, me tomo mí tiempo en dormir abro y cierro los ojos un poco desconfiada, pero el sueño me invadió por completó, volviendo al estado donde todo se vuelve oscuro pero tranquilo...






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