Zayn
La última vez que vine a California molesto, mi madre me dejó enfurruñarme en paz. Pero no esta vez. Ayer la ayudé a llenar las estanterías en el banco de alimentos de la iglesia durante tres horas, luego hicimos entregas toda la tarde. Hoy corté el césped y podé los rosales de mi madre y, además, corté el césped del enorme jardín de un vecino anciano. Prácticamente me perforé un pulmón ahí afuera en el patio trasero por todo el esfuerzo, pero mamá sólo me dio una palmadita en la espalda y me dijo que siguiera cortando. Y eso sin contar todo el tiempo que he pasado con mis hermanos.
¿La cosa extraña? Está funcionando. Todavía no me siento como mi antiguo yo y ninguno de mis problemas se ha resuelto. Pero moverme me ha ayudado un montón. Cuanto más trabajo, menos me preocupo. Y mi apetito está de vuelta. Cenamos hace una hora, pero ya estoy buscando un bocadillo.
—Liam llamó anoche.
Me congelo junto a la encimera de la cocina, mi mano suspendida sobre la jarra de galletas. Mi madre se sienta a la mesa, bebiendo tranquilamente su té mientras observa mi rostro. Me pregunto qué ve en mi expresión. ¿Alegría? ¿Terror? ¿Arrepentimiento? ¿Frustración? Tengo todos esos sentimientos, así que estoy curioso sobre cuál emoción es más evidente.
El arrepentimiento, me imagino. Porque, chico, albergo una tonelada de remordimiento por la forma en que manejé mi partida de Toronto. Después del desastre en la pista, no podía permanecer en ese apartamento ni un instante más. Llegué a casa y compré un billete de avión lo más pronto posible. Cuando divisé una tarifa de último minuto hacia San Francisco, ni siquiera lo dudé. Y oye, costó mucho menos que el viaje que Liam quería planear. Un tipo desempleado no puede permitirse un resort en la playa.
No era culpa de Liam que realmente necesitara escapar, pero la expresión de su rostro aún me persigue. Mi mano se cierra alrededor de una de las galletas de siete cereales con pasas de mi madre. Son más saludables de lo que una galleta realmente debería ser. Pero se requieren medidas desesperadas.
—¿Qué dijo Liam? —pregunto finalmente, tomando un bocado.
Mamá suspira. —Quería saber cómo estás. Parece que no ha escuchado mucho de ti.
Ay. He estado muriendo por la culpabilidad. Ahora sólo me siento peor. —No lo ha hecho —admito.
—¿Y por qué es eso?
—Bueno… —Agarro una servilleta y me uno a ella en la mesa—. No sé cómo explicar lo que está mal. Me he sentido muy infeliz, pero no quiero que piense que es su culpa.
Mamá le da vueltas a su taza, su expresión pensativa. —Pero si no se lo dices, simplemente asumirá que es su culpa de todos modos.
De pronto, la galleta sabe a polvo, pero no estoy seguro de que sea culpa de ésta. —Así que, ¿estás diciendo que soy un imbécil?
Se ríe. —No, y no uses esa palabra en mi mesa.
—Lo siento —digo con la boca llena. Me levanto y me dirijo a la nevera en busca de leche antes de que esta cosa me mate. Y no puedo morir, ¿verdad? No antes de que arregle las cosas con Liam. Vacío el resto del cartón en un vaso grande y me la tomo de un trago. Me estudia cuando regreso a la mesa.
—Entonces, ¿qué vas a hacer?
—¿Hablar con él?
—Aparte de eso. Si te sientes infeliz, debe haber una razón.
O una docena de ellas. Mi vida en Toronto es un nudo enredado que no sé cómo desatar. No le he dicho a nadie sobre los correos electrónicos que he recibido de Bill Braddock. El peor llegó antes de que mi avión dejara la pista del aeropuerto de Toronto:
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╚ ≪ • 𝓾 𝓼 ❈ 𝐙 𝐈 𝐀 𝐌 • ≫ ╝ #2
Fanfic↬segunda parte [2/2] ↬adaptación; créditos a quién corresponda.