XI

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La mente de Alec seguía dispersa por el efecto de la droga, no sabía cada cuanto, pero estaba seguro que le habían vuelto a inyectar al menos dos veces más.

Su respiración era tan lenta y dificultosa que le costaba creer que siguiera despierto. Alguna parte dentro de sí seguía en pánico por ese sonido gutural que salía de su garganta y que con cada nuevo respingo solo se acrecentaba.

Sus ojos no enfocaban bien el espacio, todo se veía distorsionado, como si estuviera viendo a través de un cristal empañado.

Escuchaba el suave castañear de sus dientes; sus ojos bajaron hasta sus pies que por alguna razón estaban descalzos, sus dedos se habían tornado en un nada saludable color azulado y ya no podía moverlos a voluntad.

Su saliva estaba cada vez más espesa y su lengua se sentía carrasposa contra su paladar, casi como una lija.

El silencio en la habitación era tal que hasta podía escuchar un leve "bum-bum"... «Ah... Es mi latido», discernió después de un rato, cuando ya pasaba cada vez más tiempo entre sonido y sonido.

Para ese momento ya sabía que moriría de sobredosis y sería solo cuestión de un par de minutos.

La sensación de calma que tenía en ese momento era una que nunca en su vida había experimentado. Era extraño razonar todo lo que estaba razonando pero al mismo tiempo sentirse volar. Sabía que seguía en ese frío almacén, pero para su cabeza había dejado de ser una prioridad desde hace un rato, ni siquiera sus cadenas lo eran.

Se sentía tan libre, podía ser todo y a la vez nada. Sentía que su cuerpo aplastado en la silla era la verdadera cadena, no las que lo apretaban a su espalda, era su cuerpo lo que lo mantenía allí, lo que lo limitaba de esa forma material.

En algún momento, no tenía muy claro cuál, empezó a anhelar la muerte.

La droga había disminuido notablemente su situación de alerta, no fue hasta que escuchó la puerta rebotar estridentemente contra la pared, que notó que había alguien más allí —por supuesto, para él fue solo un leve tintineo—.

«Si vienen a verificar mi muerte, se adelantaron unos pocos minutos» quiso decir, pero su cuerpo no respondía: brazos, piernas, dedos, manos, pies, no sentía ninguna de ellas «no está llegando oxígeno a mi cuerpo...» seguía razonando la pequeña parte con conciencia que no había quedado dormida aún por las drogas. La hipoxia sería inevitable.

Una sombra moviéndose muy rápido captó su atención. La sombra se acercaba como en cámara lenta, pero ya no era capaz de levantar su cabeza para verificar la identidad de su nuevo agresor, solo era consciente de la mancha que formaba su cuerpo.

Antes de darse cuenta, sintió una cálida mano levantando su rosto con delicadeza «se siente diferente...» pensó, sin siquiera preguntarse cómo era que sentía un cálido tacto en su barbilla que debía estar cubierta por una barba.

Con toda la concentración que pudo, enfocó sus ojos en la silueta que se hincó frente a él. Y ahí lo reconoció, solo que esta vez esas hermosas facciones estaban deformadas por la desesperación. 

Los ojos brillaban por la tristeza, haciendo que lucieran como dos faros ambarinos-verdosos en una tormenta; sus cejas se entornaban formando una pronunciada arruga justo en el medio de sus cejas que se extendía hacía su cien; no había que ser un genio —ni estar sin toxinas en el cuerpo—, para saber que su expresión se debía a preocupación, desesperación e impotencia.

Alec parpadeó. Tal vez una leve, muy leve mueca de alivio se dibujó en su rostro, porque vio los labios de su nuevo invitado moverse frenéticamente diciendo algo que no alcanzaba a llegar a sus oídos.

Transgresión (Malec)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora