cinco: Kim Inna, la rara.

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Abrí los ojos en el momento que los rayos solares se colaron por mi habitación y escuchaba mi alarma sonar con el fin de despertarme para un día más de escuela. Había estado faltando debido al fallecimiento de mi padre, pero aproximadamente cinco días después de su muerte, ya era hora que vuelva; o posiblemente era porque  no quería ver la cara de Taehyung luego de que aceptara su propuesta de ingresar al bosque para cazar animales extraños. Con la tensión, gracias a la desconfianza que había, sentía que posiblemente terminaría matándome, o tal vez yo a él. Atrasaría mi mentira momentáneamente con la excusa que debía ponerme al día.

Afortunadamente, en la escuela que asistía no era necesario vestir un uniforme, sino que podía ir casualmente. Eso me había convertido en el punto de bromas por mi forma de vestir tan anticuada. No era mi problema que actualmente a muchas les gustase vestir con ropa que expusiera sus atributos. Cada uno era libre de qué usar, y que se mofaran de mí por vestir vestidos o mangas largas inclusive si el clima es caluroso, era tan estúpido; y como era estúpido, no me empeñaba ni siquiera en abrir la boca para responder ante las burlas. A la gente le indignaba mucho que no reaccionara, pero es que si reaccionaba estaba mostrando que todo lo que me decían me importaba. No era así, ni de cerca.

Cuando bajé para tomar desayuno, que mi madre amablemente –y forzada- me hizo, me encontré con la mirada de Taehyung luego de que dejara de ver el periódico de ese día. Él me dio una sonrisa suave, que solo me hizo sentir con ganas de irme rápido a la escuela. —Buenos días, Inna ¿qué tal has dormido?

—Buenos días y bien—. Respondí, mientras tomaba una taza vacía para servirme café pasado. Mamá apareció en la escena y se aproximó a mí para darme un beso en la frente, como si eso fuera algo común en ella. Ella parecía de buen humor, pero igual la sentía forzada. Estaba demostrando ser, al parecer, una buena madre frente a Taehyung. Lo que faltaba...

Me quedé en silencio mientras comía. Mi tío conversaba sobre que él iría al pueblo a ver sobre pasajes para su siguiente destino. Debido a que en la zona que vivíamos no había tanta señal de internet, era preferible que fuera a una agencia de viajes o a un café-internet a buscar por su cuenta. Cuando yo tenía  tareas y necesitaba internet, me iba a la biblioteca y mi padre me recogía. Ahora, ya no habría nadie. Supongo que tendría que acostumbrarme a ello.

—¿Quieres que te lleve a la escuela, Inna?—. Taehyung se ofreció mientras se limpiaba la boca. Iba a contestar que iba a tomar el bus escolar que pasaba en frente de la hacienda, pero tal como siempre, mi madre respondió por mí.

—Es tan amable de tu parte, Taehyung. Di gracias, Inna.

Aborrecía toda esta mierda, así que tomando mis cosas y diciendo gracias, de forma sarcástica, me levanté. Dije un adiós a mi madre y como si no fuera suficiente obviedad de que no quería que Taehyung me llevara, él empezó a seguirme.

Cuando llegué al jardín, noté que el Mustang estaba estacionado. Seguí de frente para ir hacia el camino que dirigía a la entrada de la hacienda, pero Taehyung me detuvo tomándome del brazo. Era un contacto totalmente diferente a todos los anteriores que me había dado -agarradas de manos-.  No giré a mirarle, pero su tacto de repente me estaba quemando.

—¿Dónde crees que vas? Sube al auto. —No fue demandante aunque sus palabras podrían interpretarse así. Rodeé los ojos. —¿Inna?

—No quisiera interrumpir con tus deberes de hoy, sería mejor que me vaya sola —. Mi voz fue neutral mientras me giraba a mirarle. La expresión feliz de Taehyung había desaparecido con mi anuncio y la presión de su agarre  empezó a intensificarse, pero no al punto de hacerme doler.

—No interrumpes nada. Es más, es un placer para mí. Quisiera conocerte más, vamos, sube—.

Me pidió suavemente y no tuve más remedio que recuperar mi brazo una vez que él la soltó  para abrirme la puerta. Me senté en el copiloto y esperé a que él estuviera a mi costado. Mientras sucedía eso, no dudé en buscar mis audífonos y colocarlos en mis oídos. Si creía que íbamos a tener una conversación decente por primera vez desde que él pisó la hacienda, se equivocaba. Subiría a todo volumen mi música y miraría hacia afuera.

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