¿Qué puedo hacer por ti Nathalie?

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—¡No! —Gritó Gabriel convertido en Lepidoptero con voz desgarradora y llena de furia a la vez que de desesperación.

El tiempo se lanzaba obre ellos, si no conseguían esos malditos prodigios jamás podría traer de vuelta a su querida Emilie y todo por lo que ha luchado los últimos años caerá en saco roto. No, no podía permitirse el lujo de volver a fracasar, necesitaba ganar de una vez por todas.

Fue entonces cuando un golpe seco detrás de él hizo que se girara. Sus ojos se abrieron de golpe al ver como Nathalie yacía en el suelo, inconsciente. Diciendo las palabras mágicas, Nooroo salió del cuerpo de su portador , viendo como Gabriel corría hacia ella, arrodillándose a su lado e incorporándola en sus brazos. Nathalie abrió los ojos, dedicándole una sonrisa agotada.

—Lo conseguiremos a la próxima... Se lo prometo... —Susurró Nathalie haciendo sonreír a Gabriel.

—No puedo ponerte más en peligro Nathalie, estás superando tus límites. Si sigues así...

—Gabriel... Me necesitas para acabar con ellos...

—Lo sé, pero más te necesito viva, por favor, Nathalie no vuelvas a usar el prodigio del pavo real, por favor... —Se miraron a los ojos antes de que ella empezara a toser haciendo que Gabriel la cogiera en sus brazos como cada vez que pasaba esto.

Nooroo los observaba volando al lado de su portado, veía como Nathalie se pegaba al hombro de su jefe, metiendo su cabeza en el hueco de su cuello mientras este la miraba sin poder evitar una sonrisa en su rostro. Nooroo sabía lo que pasaba pero ahora faltaba que ellos se dieran cuenta. 

Salieron de la guarida y aprovechando que Adrien estaba en mitad de sus clases de piano, el diseñador caminó a través de la mansión, despacio, con Nathalie en sus brazos hasta llegar a una de las habitaciones libres la cual ordenó mandar arreglar para ella, para que se sintiera como en casa mientras descansaba después de las transformaciones. Sabía que era la más alejada de su hijo, jamás la abriría y eso le tranquilizaba. Era vital que nadie se diera cuenta de la salud de Nathalie, él se encargaría de cuidarla en su recuperación, de todas formas se lo debía, ella estaba dando su vida por él, por su propósito, era lo menos que podía hacer.

Con cuidado, la tumbó en la cama, encima de suaves sábanas blancas y los mullidos cojines en su cabeza. Nathalie abrió los ojos, sintiéndose abatida, cansada y al borde del límite mientras un ataque de tos la recorría de arriba a bajo. Una vez la tos cesó, se dejó caer de nuevo en las almohadas, sintiendo como los dedos de su jefe retiraban un mechón suelto de su pelo pasándolo por detrás de su oreja. 

—Gabriel... Yo... —Intentó decir algo pero Gabriel la interrumpió.

—No puede seguir esto así, acabarás como Emilie... Y yo... No me lo perdonaría... 

—Pero estamos demasiado cerca, no puedo dejarle tirado, no ahora...

—Sí puedes, te lo ordeno yo... Nathalie ahora necesitas descansar, no preocuparte por esto... 

—Pero... Tengo que volver al trabajo. El campamento de Adrien, ordenar las cosas, los horarios. Yo... Yo estaré bien... —Dijo pero un ataque de tos hizo que sus palabras no valieran nada sobre todo cuando Gabriel vio como la sangre salía de sus labios.

—No, no vas a levantarte de esta cama. Tienes la semana libre, con Adrien fuera el trabajo será menor y yo puedo ocuparme de todo. Tú debes descansar...

Nathalie miró a su jefe sin poder evitar una sonrisa cansada en su rostro. Los ojos de él la miraban a través de sus anteojos, siempre se maravilló de lo hermoso que se veía, de como esos obres azules la penetraban con dureza pero ella podía ver a través de ellos esa dulzura y ese amor que Gabriel Agreste guardó debajo de una coraza después de la muerte de su esposa. No era ningún secreto para ella asimilar que se había enamorado de su jefe y le dolía el alma cada vez que veía que no era nada para él más allá de su asistente, compañera de batallas y puede que amiga. El corazón del diseñador siempre pertenecerá a Emilie y Nathalie siempre daría lo que fuera, incluso su propia vida si eso significaba que el hombre al que amaba volviera a sonreír y a ser feliz. 

—Solo necesitaré unas horas... 

—He dicho que no Nathalie. Una semana, no acepto menos...

—Pero...

—Nath... Por favor...

El corazón de la asistente se envolvió de calidez al oír como Gabriel la llamaba con ese diminutivo. Era nuevo entre ellos y solo había conseguido que se enamorara un poquito más de él.

—De acuerdo... —Murmuró Nathalie mientras se relajaba y sonreía a Gabriel el cual la miraba sonriendo, sintiéndose por una vez victorioso en algo que hacía —. Señor...

—Dime... 

El corazón de Nathalie se paralizó por completo cuando los largos dedos de su jefe recorrieron como instinto su rostro pálido todavía. Las palabras se evaporaron en su boca, ya no sabía ni lo que tenía que decirle.

—Nada, solo que... Gracias... 

—Las gracias te las tendría que dar yo a ti, por todo... —Nathalie cerró los ojos, imaginando por un momento que los labios de su jefe se iban a posar sobre los suyos en un tierno beso que la reconfortaría. Todo era mejor en sus imaginaciones, donde Gabriel abandonaba la idea de resucitar a Emilie y la dejaba marchar para quedarse con ella. Sonaría egoísta pero tenía derecho a fantasear con que el hombre de su vida le correspondiera a sus sentimientos —. Si hay algo que pueda hacer por ti, dímelo...

Las palabras de Gabriel salieron sinceras de sus labios y ambos lo notaron. Nathalie pensó, puede que esta fuera la única oportunidad de tener una pizca de sus imaginaciones haciéndose realidad. Así que sin pensarlo más veces dijo lo que necesitaba...

—Sí...

—Dime... ¿Qué puedo hacer por ti Nathalie?

—Cuando Adrien se vaya esta tarde quiero que en la mansión solo quedemos usted y yo. Quiero... —Las palabras de la asistente se cortaron al ver como Gabriel la miraba a través de sus gafas pero armádose de valor terminó la frase —. Quiero que durante siete días no haya ni negocio, ni akumatizaciones, ni nada... Solo nosotros, aquí... —Nathalie se sentía desfallecer, el aire no entraba en sus pulmones y no exactamente por los efectos secundarios del prodigio dañado sino del miedo que sentía ante la reacción de Gabriel.

Fue entonces cuando una sonrisa sincera apareció en los labios del diseñador que sin decir nada se levantó de sus rodillas caminando lejos de la cama y llegando a la puerta. Nathalie suspiró, había que intentarlo. 

—Estaré aquí cuando Adrien se marche. Descansa... —Y con esas palabras, Gabriel cerró la puerta tras de sí dejando a una conmocionada Nathalie sonriendo en mitad de la enorme habitación que durante siete días será de ellos dos.



7 Días para ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora