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Jennie captaba cada detalle, desde la forma en que la luz entraba por la ventana y aclaraba los orbes de Jisoo hasta las sombras que eclipsaban el rostro de la misma. Guardó en su memoria los intervalos en los que la mayor humedecía sus labios, los abría y los volvía a cerrar al no tener certeza de qué debería responder. Archivó la sutileza con la que posaba su mejilla en la palma de su mano y el carmesí de sus mejillas.

Todo lo que Jennie adoraba estaba frente a ella en ese instante y, lo que le parecieron horas admirando su belleza, resultaron solo segundos antes de verla negar con la cabeza.

Jennie sabía que confesar que la amaba en ese momento significaba incluso menos que las pocas veces que lo decía antes; sin embargo, era la primera vez lo decía porque le nacía y no porque se sintiera presionada.

Se acercó despacio, arrodillándose frente a Jisoo y apoyando sus brazos sobre los cálidos muslos en los que solía recostar su cabeza antes. La observó desde abajo, deseando tanto acercarse para besarla nuevamente, se le hacía insoportable la sensación de vacío que se formó en ella cuando sus labios se separaron de los belfos contrarios.

La impresión de los labios de Jisoo chocando contra los suyos aún seguía ahí, como si estuviera besando a un fantasma.

Tuvo el impulso de romper la distancia y asegurarse de encontrar las promesas que se susurraron. Ansiaba morder sus labios para probar cuánta verdad había en ellos y acariciar las constelaciones que una vez juró proteger en el cuerpo de Jisoo. Pero resultaba inalcanzable... tan lejana.

Quizá era enfermizo. Tal vez solo estaba un poco obsesionada con el amor que alguna vez fue para ella. No podía dejarla ir, le parecía una idea inconcebible a pesar de haber puesto tantos obstáculos para que Jisoo pudiese acercarse y atravesar sus muros, a pesar de haberla hecho caminar por un jardín de espinas y de haber dejado marchitar las rosas que le llevaba.

Jennie siempre mantuvo a Jisoo al pie de la entrada. Nunca le pidió que se marchara y tampoco le pidió que se quedara. Le regaló el silencio para que Jisoo pudiera interpretarlo como quisiese.

Despertó a los demonios de Jisoo y los alimentó con los propios, volviéndolos casi invencibles. Observó cómo atormentaban a la mayor desde la ventana de su castillo de hierro, demasiado asustada como para interceder por ella y tomar la mano de su amada para derrotarlos juntas.

«¿Cómo es que nos enamoramos sabiendo que desataríamos un desastre juntas? O ¿solo yo pensé que todo terminaría de esta forma?», pensó.

Jennie nunca le decía algo concreto, dejaba a Jisoo en el limbo buscando una explicación, un camino, una salida, sin darse cuenta de que estaba encerrada en un espacio blanco donde el silencio es lo único que le respondía en esa historia de dos seres imperfectos.

Pero Jennie tenía la esperanza de que ese día fuera diferente porque Jennie estaba harta de que el silencio diga que por ella. Se ha cansado de perder a Jisoo más de tres veces por cada segundo que pasa porque, en su mente, ha pedido perdón tantas veces y en todas la mayor se aleja diciéndole que no quiere intentar más, que ella se encargaría de contarle al tiempo todo lo que pasaron juntas y, por si acaso, se lo contaría también al titiritero del destino para que decida dejar caer sus hilos sobre ellas por última vez y les dé una razón para considerar amarse nuevamente.

Ambas escribieron una historia con dos partes y ninguna tenía final, solo una página en blanco con puntos suspensivos. Sus corazones se escondían en figuras de cristal, entre paredes que no hacían más que distorsionar el verdadero mensaje, como si hablaran en diferentes idiomas.

Una tenía miedo a ser dañada otra vez y, la otra, miedo a cambiar; sin embargo, continuaban queriéndose, fuera por capricho o porque de verdad lo sentían. Lo único que importaba era que no podían ignorar el hecho de que una pequeña llama seguía ardiendo, esperando por ser reanimada.

let's hurt tonight ; jensooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora