CAPITULO DIECIOCHO

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POV: ANASTASIA

Las náuseas empeoraron porque la culpa empezó a quebrantarme.

No podía creer que fuera a hacer esto.

Christian no se lo merecía.

Vomité cada mañana por tres días porque el miedo me estaba matando. Tenía que elegir entre mi padre y Christian, y la elección parecía obvia. Pero eso no me hacía sentir mejor con mi decisión.

Sólo me hacía sentir peor.

Terminé de preparar la cena cuando la puerta del frente se abrió. Ahora sabía que no era Jack, así que la única persona que podría invadir mi casa era Christian. Sus pasos pesados eran inconfundibles.

—Estoy en la cocina. —Apagué la estufa y puse la comida en dos platos.

Él rodeó la esquina y vino hacia mí, usando jeans y una camiseta. Sus trajes lucían impecables en él, pero el fino algodón de su camiseta era mucho mejor. Mostraba sus antebrazos cincelados. Cuando me vio, se quedó inmóvil, con su cabeza ligeramente inclinada y sus ojos entornados. Era la misma mirada intensa que siempre me daba. Simplemente parecía un poco más profunda de lo habitual.

Su mirada fija casi me hizo sentir incómoda porque se parecía mucho a un depredador. Me hizo sentir como una gacela acorralada, y como si él fuera el leopardo que va a desgarrarme en pedazos. No me saludó con un beso o con una mirada llena de excitación. Solo me miró fijamente como una estatua, como si no fuera verdaderamente real.

Traté de disipar la tensión.

—¿Tienes hambre? —Levanté los dos platos.

Mantuvo sus ojos clavados en los míos. Sin respuesta.

—Bien... —pasé junto a él y coloqué los platos en la mesa del comedor—. Bueno, si quieres algo, está ahí.

—Me moví detrás de él y tomé una botella de vino y dos copas. Su frío comportamiento no era habitual, pero no quería preguntarle al respecto. Una vez que abriera esa lata de gusanos, no sabía lo que podría salir.

Serví vino en su copa y agregué agua a la mía.

Él se unió a mí momentos después, sus ojos estaban enfocados en los míos mientras llevaba la comida a su boca.

—¿Día largo?

—Podrías decir eso.

Seguí comiendo como si todo fuera normal, pero dentro de mi pecho, en lo profundo, había una tormenta de emociones. La culpa me comía viva y me quitaba el apetito. Luego me hacía vomitar la comida que conseguía bajar en primer lugar.

Bebió su vino y siguió comiendo.

—¿Sin pistola hoy?

—Asumí que eras tú.

—No lo asumiste antes. ¿Qué cambió? Me encogí de hombros.

—Supongo que me acostumbré.

Él masticó con lentitud, sus ojos azules estaban trabados en los míos como dianas.

¿Siempre fue tan intenso? ¿O era sólo una tarde calurosa? Agarré mi agua y tomé un trago.

—¿Sin vino? —

—Tratando de reducir. Mi estómago ha estado resentido últimamente.

El banquero   (Lo poseo todo ahora la poseo a ella) libro #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora