Capítulo 25

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Capítulo 25: Aragog

Aquellos días, la sala común de Gryffindor estaba siempre abarrotada, porque a partir de las seis, los de Gryffindor no teníamos otro lugar adonde ir. También tenían mucho de qué hablar, así que la sala no se vaciaba hasta pasada la medianoche. Después de cenar, Harry sacó del baúl su capa para hacerse invisible y pasó la noche sentado encima de ella, esperando que la sala se despejara. Fred y George nos retaron a jugar al snap explosivo y Ginny se sentó a contemplarnos, muy retraída y ocupando el asiento habitual de Hermione. Harry, Ron y yo, perdimos a propósito, intentando acabar pronto, pero incluso así, era bien pasada la medianoche cuando Fred, George y Ginny se marcharon por fin a la cama.

Esperamos a oír cerrarse las puertas de los dos dormitorios antes de coger la capa, echárnosla encima y salir por el agujero del retrato.

Este recorrido por el castillo también fue difícil, porque teníamos que ir esquivando a los profesores. Al fin llegamos al vestíbulo, descorrimos el pasador de la puerta principal y nos colamos por ella, intentando evitar que hiciera ruido, y saliemos a los campos iluminados por la luz de la luna.

—Naturalmente —dijo Ron de pronto, mientras cruzábamos a grandes zancadas el negro césped—, cuando lleguemos al bosque podría ser que no tuviéramos nada que seguir. A lo mejor las arañas no iban en aquella dirección. Parecía que sí, pero...

Su voz se fue apagando, pero conservaba un aire de esperanza.

Llegamos a la cabaña de Hagrid, que parecía muy triste con sus ventanas tapadas. Cuando Harry abrió la puerta, Fang enloqueció de alegría al vernos. Temiendo que despertara a todo el castillo con sus potentes ladridos, nos apresuramos a darle de comer caramelos de café con leche que había en una lata sobre la chimenea, de tal manera que conseguimos pegarle los dientes de arriba a los de abajo.

Harry dejó la capa sobre la mesa de Hagrid. No la necesitarían en el bosque completamente oscuro.

—Venga, Fang, vamos a dar una vuelta —le dijo Harry, dándole unas palmaditas en la pata, y Fang salió de la cabaña detrás de nosotros, muy contento, fue corriendo hasta el bosque y levantó la pata al pie de un gran árbol. Harry sacó la varita, murmuró: «¡Lumos!», y en su extremo apareció una lucecita diminuta, suficiente para permitirnos buscar indicios de las arañas por el camino. Imité su acción iluminando mi varita también.

—Bien pensado —dijo Ron—. Yo haría lo mismo con la mía, pero ya sabes..., seguramente estallaría o algo parecido...

Harry le puso una mano en el hombro y señaló la hierba. Dos arañas solitarias huían de la luz de la varita para protegerse en la sombra de los árboles.

—Vale —suspiró Ron, como resignándose a lo peor—. Estoy dispuesto. Vamos.

Saqué de mi bolsillo un limón y se lo tendí a Ron. Me observó confuso.

—Leí que a las arañas no les gusta el limón.

Sonrió haciendo más bien una mueca y me agradeció guardando el limón en su bolsillo. 

Harry pegó un brinco pisando a Ron, el cual me pisó a mí. 

—¿Qué te parece? —preguntó Harry, de quien sólo veía los ojos, que reflejaban la luz de la varita mágica.

—Ya que hemos llegado hasta aquí... —dijo Ron.

—Hagámoslo por Hermione, por Hagrid, por Dumbledore y por todo Hogwarts —proclamé.

Asintieron con la cabeza y seguimos a las arañas que se internaban en la espesura. No podíamos avanzar muy rápido, porque había tocones y raíces de árboles en nuestra ruta, apenas visibles en la oscuridad. Tuvimos que detenerse más de una vez para que, en cuclillas, a la luz de la varita, Harry pudiera volver a encontrar el rastro de las arañas.

MALIA COLLINS Y EL HEREDERO DE SLYTHERINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora