Capítulo 11.

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La sombra del árbol nos refrescaba mientras jugábamos a identificar las formas de las nubes, su largo cabello rojo contrastaba con el reflectante verde del pasto; su blanca piel lucía varias pecas en sus brazos y mejillas, sus ojos verdes me robaron las palabras, mi boca sólo se abrió sin emitir sonido ni un murmuro ni de aliento, me sonrojé cuando ella sonrió, era la mujer perfecta y sólo la podía ver ahí.

—Creí que tenías que contarme algo, acaso ya se te acabó la imaginación para encontrar formas —dijo reacomodándose su vestido azul pastel.

—No quería romper este bello momento, es difícil para mí más de lo que imaginas —dije.

—Tan difícil que comprenderlo me parece imposible.

—Lo es para mí, quisiera saber si eres real, tengo miedo de la verdad.

—Es tan real para mí como para ti, no lo sé trata de explicarme otra vez.

—Bien, el barón Azaril me dio la idea de traerte aquí, aunque no comprendo si fuiste creación de mi tinta o real, o acaso...

—Yo lo siento real pero la conciencia puede haber sido también creada, por lo que me cuentas.

—Mejor no lo pensemos y disfrutemos esto.

Como dos pequeñas niñas rodamos colina abajo hasta llegar a la orilla de un río de agua cristalina, donde los peces se conseguían ver si se deseara se podría tomar alguno y cocinarlo. Mi vestido verde musgo conseguía resaltar un poco mis blancas piernas, al estar cerca del agua hundimos nuestros desnudos pies hasta las rodillas dando una fresca sensación, la tentación de beber esa pura agua me obligó a agacharme hasta que el agua mojó mis labios, el sabor era el mismo que el de tomar agua de una taza de barro con ese característico sabor a tierra.

—Este lugar me recuerda a un viaje, aunque me contagiaste de tu miedo si soy real podrían estar esos recuerdos prefabricados, o sacados de tu mente —dijo.

—Ya deja de pensar en eso, sabía que sería una mala idea decírtelo.

—Oye creo que tengo tanta conciencia como tú, mejor dejémoslo en que es real todo esto y que regrese.

—Sabes cuánto te han extrañado nuestros padres, nunca volvieron a ser los mismos sin ti.

—Ni yo sin ellos, aunque no tengo conciencia de que pasó desde mi partida.

—Eres la hija que nunca tendrán, yo no puedo remplazarte.

—También te aman, si yo hubiera sido la que perdieron ese día estarían más feli...

Una bofetada me hizo girar la cabeza, el ardor en mi mejilla era tan real que me emocionó de que lo fuera, sus ojos verdes llenos de lágrimas me miraban con furia, su mano aún temblaba, pocas veces había visto esa mirada cuando me habían golpeado en primer grado, y cuando mi padre levantó su mano contra mi madre el último día que tomó alcohol.

Mis ojos se cristalizaron mientras agachaba la mirada.

—Perdón...

—No puedes decir cosas tan crueles, eres tan importante para ellos como lo fui yo, sigo creyendo que un día nos encontraremos todos, puedo ser el testigo de ello.

—Claro, si pudiera decirles a mis padres de nuestro encuentro, sería lindo, pero no quiero abrir viejas heridas.

—El siguiente abrazo que les des quiero que sea de mi parte, agradezco saber que ellos se encuentran bien y que pudieron superarlo, y un beso, por el amor que nunca morirá que aún palpita en mi alma.

El arco de piedra se formó en la otra orilla del río, mi rostro sombrío no quería que terminara ese momento, mis manos saltaron para abrazarla, ella se sobresaltó, pero comprendió mi angustia.

—¡Abrázame con todas tus fuerzas!

—Espero no lastimarte.

—No importa.

—¿Cuánto quieres que dure este abrazo?

—Hasta que algo me despierte en la realidad, hermana.

Todas las noches que soñé contigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora