Una montaña de bolas de papel se levantaba más alta que mi cabeza sobre mi escritorio, había revisado cada cuaderno y libro creando un sistema para agilizar toda la corrección y las tareas atrasadas de aquellos bastardos, apenas había probado bocado en las comidas, mis padres ignoraban el dolor que me invadía; a veces creía que escuchaban mis sollozos que trataba de ocultar con el sonido del agua de la ducha, si dicen que las madres lo saben todo, por qué ella no se daba cuenta y me consolaba con un abrazo que tanto necesitaba, o mi padre con un consejo que me reconfortaría pero nada, sufría yo sola con mi dolor.
Lo más difícil eran los proyectos atrasados que redactaba imitando su torpe escritura con las mismas faltas ortográficas y su horrorosa caligrafía.
Ellos me esperaban cada mañana frente a mi casillero donde les entregaba con la mirada baja mis progresos en aquellas tareas, por consecuencia mis tareas escaseaban y mis notas bajaban, no podía hacer todo a la vez; tenía que acabar con todos esos deberes, ya el tiempo de reponer mis faltas llegaría.
—Creo que el maestro de artes reconoció un poco tu poesía, que no pase otra vez, si nos descubren desearás haber escrito algo más simple sin tantas estúpidas rimas —dijo un chico alto que me miraba con ceño fruncido.
—Trataré de hacerlos sonar más como si fueran sus palabras —respondí imaginando idioteces que serían parecidas a las de un chico de primaria.
Una semana cansada voló, no me había dado cuenta de que había transcurrido tan rápido, hasta que mis padres me dijeron de la visita con el doctor psicólogo Javier Estrada; tendría que inventarme varias historias que lo convencieran para esta sesión, mientras viajábamos por la avenida de la ciudad miré algunos bares, pensé si en alguno de ellos estaba aquel extraño que me daba esas cápsulas, necesitaba desahogarme con el barón Azaril con todo lo que me sucedía, obviamente no se lo diría al psicólogo tendría que resolverlo por mí misma.
Al entrar a su consultorio me escondí detrás de una sonrisa que me devolvió el doctor, hasta unos saltitos di mientras me sentaba en mi lugar, él me estiró la mano para saludarme tomando su pequeña libreta.
—Parece que las cosas han mejorado —dijo estudiando mi reacción.
—Así es, en la escuela todo va mejor sin contar la ausencia de mis mejores amigos —justifiqué una parte de mi tristeza.
—¿Tus compañeros ya no te molestaron? —preguntó.
—No, creo que no es divertido cuando ignoras todas sus estúpidas palabras —respondí en un suspiro.
—Entonces ahora consideraras contarles a tus padres lo que sucedió —sugirió el Doc.
—Lo pensaré, pero creo aún es muy pronto, no quiero que mi padre vaya a hacer un alboroto incitándolos a reanudar sus molestias contra mí.
—Muy bien, pues verás te tengo unas pequeñas noticias —dijo bajando su libreta para darme sus buenas nuevas emocionada —Logré contactar a los padres de tus amigos, haciéndome pasar como el consejero de la escuela y entre platica y platica me dijeron muchas cosas de tus amigos —dijo mientras su sonrisa crecía.
—¿Es enserio?, lo mato si está jugando con eso —exclamé mientras mi cara cambiaba entre una gran sonrisa natural y un ceño fruncido.
—Claro que es en serio, no jugaría con algo así —comentó removiéndose en su lugar. Pues verás primero tu amigo Vincent, fue enviado a una escuela católica donde lo visitarán cada dos meses, de hecho, me dieron el domicilio por si algún día quería visitarlo así que creo que podrás hacerte pasar por una joven secretaria.
—¡Sí, claro que sí! no sospecharán si va una mujer, aunque como soy mujer creo sólo me mantendrán un poco más vigilada, ¿y de James que averiguó?
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Todas las noches que soñé contigo.
Teen FictionLa adolescencia es una de las etapas más difíciles en la vida de una chica, la protagonista de esta historia intenta superar la perdida de un ser querido, junto a sus amigos intenta encontrar la felicidad, un día conoce a un extraño que le obsequia...