Un vals en el castillo pt.1
Las luces brillaban desde lejos, ardiendo cual farolas.
No.
Sería mejor descripción el decir, que la entrada del castillo, estaba iluminada cual estrella. Fueron necesarios cientos de cristales, velas y antorchas, para apaciguar el deseo -también ardiente- de la condesa Luxerbeng, y de querer verlo todo tan iluminado. Una se pondría pensativa con las exageraciones que solía tener esta mujer en particular, pero eso solo extendería la narración de lo que estaba pasando en Belmont Castle. Y sí que estaban pasando demasiadas cosas.
Los carruajes comenzaron a llegar desde tempranas horas de la mañana -algunos sorprendentemente temprano-, y mientras sus nobles huéspedes iban siendo acomodados en sus correspondientes habitaciones, cada habitante del castillo lucia nervioso por razones propias.
Lady Susanne Summers, condesa viuda de Belmont, hizo su aparición en el gran salón (muy iluminado salón) vestida de un rosa salmón con ciertos tonos de amapola que resaltaban su sonrojo natural, su vestido lleno de encajes se hallaba en el último grito de la moda y fue enormemente elogiada por su peculiar diseño como estilo. Con un abanico en mano, y la otra luciendo unas bellas pulseras de diamantes, saludaba con sonrisas a sus huéspedes al lado del conde, señor del castillo.
Una anfitriona llena de belleza y gracia, decían.
Uno a uno, desde opulentos caballeros, barones, uno que otro marques, un par de condes, muchos Lores aduladores y casi doscientas damas orgullosas, engalanadas de joyas. Hijas solteras, parientes y tantas otras, que eran presentadas más al conde que a ella, la temporada iniciaba sin duda.
–¡Sir Owens Rochester! –se oyó la exclamación, llena de emoción, de Luciel hacia el viejo amigo de su padre (ahora ministro de defensa). Este le devolvió el cordial saludo con una reverencia educada, pero la sonrisa en su rostro demostraba la alegría de volver a verlo, y Susanne, terriblemente ignorada por los dos alegres caballeros, solo pudo esconder una mueca.
Ella se sentía terriblemente ofendida por la falta de cortesía, pero no pudo reclamar palabra alguna, y se quedó viendo a los dos hombres con algo de infantil rencor, pero solo un poco, pues su corazón no aguantaba tantas emociones negativas, de lo dulce que era. Solo le quedaba sonreír, como hacia siempre.
Algunos otros invitados pasaron también, saludando a los condes, todos luciendo como dije sus mejores galas, pero no es hasta que Sir Brown se acerca a ella que empieza a notar que se le cansan los pies. Y un poco incomoda, por estar tanto tiempo parada, saluda al noble con una mueca, que no puede esconder esta vez.
–Luce verdaderamente encantadora milady; la perfecta imagen de lo que una anfitriona inglesa se supone que es.
Susanne sonríe, otra vez, las palabras de Sir Brown son tan planas como su juicio por lo que no sabe si sentirse halagada o insultada. La falta de emoción, la manera tan pomposa de dirigirse a ella e incluso el modo despectivo que utiliza al mirarla. Ella prefiere, aun así, dejarlo en halago, no quiere amargarse la noche, por lo que toma un leve respiro antes de responder con educación:
–Es usted muy amable Sir Brown. –y agrega con condescendencia-. Puedo notar que acaba de llegar a nuestro castillo, ¿un corto viaje?
–En efecto, buscaba a... su dulce hijastra –Murmura algo abochornado, cuando ella le pilla mirando las escaleras.
Susanne comienza a sonreír. Esta vez de verdad.
–Ella aún no se ha presentado Sir Brown, pero me asegurare de mandarle sus saludos en cuanto la vea.
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Esplendorosa Intrusión
RomantikLady Arelia Summers, hija del conde de Belmont. Única hija en realidad. A la muerte de su padre. Y muerto también su primo más cercano, en circunstancias bochornosas; el capitán Kensley, famoso héroe de guerra, es nombrado su tutor y el nuevo conde...