Capítulo Doce (2/2)

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Un vals en el castillo pt.1

Tras un pequeño espacio de flirteo y presentaciones donde Susanne le presento a muchos nobles caballeros que le pidieron bailar; la joven madrastra se la llevo finalmente -con la excusa de un ponche- para contarle todas las ultimas nuevas. Le emocionaba el comentar lo que oía, sobre toda con Arelia, a quien tenía un profundo cariño.

Una vez empezaron el sutil pavoneo por todo el salón, ambas con los brazos entrelazados, Sue comenzó para no parar hasta que el aire se le fuera.

–El Duque de Berbroke, tiene un amante –Comentó al fin.

–¿Y eso que tiene de extraño?

–No lo has entendido. No he dicho que es UNA amante, sino UN amante.

Los ojos grandes y grises de Arelia se agrandaron aún más por la sorpresa.

–¿Hablas en serio? –murmuro sorprendida tras su abanico.

La mujer más pequeña asiente con entusiasmo.

–No es ningún secreto para nadie los gustos del duque Arelia.

–Y entonces por qué...

Susanne se adelante a su pregunta al contestar con rapidez:

–Es que el duque trajo a su amante aquí, al baile.

–¡Aquí! –exclama Arelia casi gritando.

–Sí, y baja la voz, puedes verlos más allá, cerca del balcón a la izquierda. El joven apuesto con el chaleco azul –dice la condesa viuda entre sonrisas.

–No puedo distinguirlo –Afirma ella con los ojos entrecerrados.

Susanne golpea con disimulo su hombro.

–No seas tan obvia Arelia. Es ese de allá –señala con su copa, muy sutilmente-, su chaleco es del mismo tono que tu vestido, aunque creo que el suyo es más oscuro.

–Oh. ¡Oh! Oh...

–Si. –Afirma una vez más, con una sonrisa-. Es demasiado apuesto ¿No crees?

A Arelia las mejillas comenzaban a quemarle. El hombre debía tener unos veintitantos, aunque parecía más cerca de los treinta, y si no era tan joven, no lo parecía para nada; su cabello oscuro brillaba ante la luz de las velas y su postura hipnotizaba con solo verlo. Un hombre lleno de seguridad y elegancia. Y algo de timidez, también.

Él volteo a mirarlas justo a tiempo y las atrapo en pleno ojeo. Susanne comenzó de pronto a abanicarse observando a los demás invitados, Arelia encontró interesantes las cortinas al lado del balcón y se quedó un buen rato estudiándolas. Cuando hubo pasado el peligro, ambas volvieron a mirar. Él tenía los ojos dorados, tan brillantes como el champagne, o tal vez, era la luz la que les jugaba una mala pasada. Como fuere, él era muy hermoso.

Otro hombre cerca suyo, mucho más alto, con un aire salvaje, que le recordaba a esos highlanders que contaban en el pueblo; le miraba con ese cabello alborotado, algo largo, y encima de todo: rojizo. Era bastante apuesto también, pero se interpuso entre ellas y la visión gloriosa de aquel otro hombre, y Arelia se enfadó.

La joven dama frunció los labios decepcionada, ya que encontraba interesante a aquel primer hombre. ¿Sería capaz de querer modelar para ella? ¿Sería ella capaz de pedírselo sin tener que exponerse? ¿Y quién sería aquel tipo tan descortés que le quito la inspiración de los ojos?

Arelia tenía ganas de retratarlo en sus cuadros. Y estaba obnubilada en su dote de artista.

Fue Susanne contesto a sus preguntas:

Esplendorosa IntrusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora