Capítulo Dos

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De Lady Belmont y su nobleza

Qué podría decirse de Lady Belmont que no se haya dicho ya. Los rumores sobre su deslumbrante belleza se quedaban cortos a comparación con la realidad, pues era, de una belleza excepcional.

La menuda rubia de veintiséis años fue en algún tiempo la joven más deseada de la temporada, a pesar de...

–A-Arelia, n-no t-t-te preocu-pes.

La condesa viuda envolvió en un reconfortable abrazo a la sollozante Arelia. Un abrazo de esos que te llenaban de calidez el corazón.

Susanne fue para la joven chica el único aspecto maternal que había conocido en su vida; por supuesto, Sophie la había criado como a casi una hija, pero su a veces exagerada manía de reverenciarla como a un ángel no les permitía construir vínculos más fraternales, más aún, si consideramos que para Sophie, Arelia seria siempre la joven señorita Summers. Dichas circunstancias, y algunas otras más, fueron el motivo por el cual una joven de veinte llamaba madre a una mujer de no más de veintiséis. Extraño para los extraños, pero la gente de Castle Belmont ya estaba acostumbrada a la relación madre-hija con la que se trataban ambas amigas.

Así que no fue sorpresa para nadie el que Arelia acudiera al salón verde hoja, donde la condesa solía bordar por las tardes. La sorpresa fue, cuando a camino de dicho salón, la joven señorita se hallaba en un intento desesperado por no llorar, fallando dolorosamente. La razón, por supuesto, también lo sabían todos, el nuevo Lord Belmont, Alexander Luciel Kensley, que al parecer había roto el corazón de su joven damita.

A sus ya más de veinte años, Susanne fue considerada en aquel tiempo una autentica solterona, quien con todo y su dulzura y encanto no pudo con la lengua venenosa de ciertos aristócratas, que envidiosos de su pura belleza, la humillaron cruelmente temporada tras temporada.

Nunca supo exactamente qué fue lo que la hizo tomar aquella drástica decisión, la de casarse con alguien como el padre de la chica, pero podía asegurar de cualquier forma, que lo que fuere que haya sido, estaba agradecida.

Era de las pocas decisiones que el hombre había acertado en elegir y le agradecía con el alma por ello. Con Sue, Arelia ya no sentía que estaba tan sola, ella era ahora su familia, su nueva mamá, –o algo así–, y su mejor amiga también. Sophie se alegró muchísimo en cuanto la conoció, pues su aura de ángel dorado enamoraba a cualquiera. Quienesquiera. Ella era perfecta, sencillamente perfecta.

Las edades de ambas no estaban tan alejadas, por lo que los lazos amicales se formaron rápidamente. Casi dos meses antes de la boda, Sue, había sido llevada al castillo Belmont donde su hijastra vivía desde hace un par de años. Llegó a conocer a su prometido y familia, y aunque estaba muy asustada, todos fueron de lo más amable con su futura condesa.

Aun cuando a pesar de todo el encanto, la joven no dejaba de lado su timidez ni su manera tan adorable de hablar y sonrojarse, igual que su tartamudez, nadie parecía ver aquello como un defecto; hasta a su padre, tan amargado con todo aquel que no considerase perfecto, le encantaba verdaderamente aquella menuda rubia tan introvertida.

Gracias al cielo, el matrimonio entre ambos fue con el consentimiento de la chica; a diferencia de su otra madrastra, que se casó casi a punta de cuchillo. La joven Susanne, que estaba bastante apenada de llevarle tan pocos años a su hijastra, no se veía tan infeliz ni quejumbrosa, es más, mostraba una dulce sonrisa tímida en aquel entonces.

–Si le hubieses visto Sue, él me odia –Exclamó llorando entre sus brazos.

–N-no c-creo que te o-odie tant-t-to como dices, y si fuera así, él enton-entonces me odiaría más, no olvides que en to-torpeza yo llevo el mejor reinado –Sonrió, las últimas palabras le habían salido perfectas.

Esplendorosa IntrusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora