Capítulo Trece

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Un vals en el castillo pt.2

Veintiún años.

Arelia llevaba veintiún años de fracaso social.

La joven dama suspiro sobre la silla con pesar. La tela de su vestido, que adornaba sus hombros, comenzaba a picarle, y se sentía terriblemente sedienta. Uno pensaría que una mujer cuyas temporadas sociales se basaban en pequeñas reuniones en el campo, pequeños bailes de vecinos y tan solo una temporada en Londres, ya se abría rendido de encontrar esposo, pero Arelia no quería solamente casarse, ella quería hacerlo en grande, casándose con el hombre que le más le había gustado.

¿Y amarlo?

Ella no creía amarlo, ¿o sí? Era cierto que su corazón palpitaba con fuerza en su presencia, que sus manos buscaban siempre el arreglarse cuando le veía, que sus mejillas quemaban en tonos rojizos cuando él le hablaba, ¿pero amarle? Ella nunca había conocido el amor, aunque sospechaba que su corazón, sentía algo muy parecido cuando él estaba cerca.

–Belmont. –Lord Gideon saludo a su anfitrión con un asentimiento mientras se acercaba al grupo que rodeaba a Arelia-. ¿Podría tener su permiso para bailar con su pupila?

Los ojos del joven miraban sonrientes a la joven dama del castillo; y aunque era verdad que ella le sonreía también con ilusión, era más bien la ilusión por la respuesta de su tutor, lo que le causaba tal expectación.

–Creo que sería conveniente que le preguntara primero a la dama Luxerbeng.

Él más joven curvo sus labios.

–Sé la respuesta de la dama, Belmont, por lo que solo haría falta su permiso.

Luciel observo impasible a la joven, y vio en sus ojos un brillo que le desconcertó, y le rompió el corazón a partes iguales.

–Supongo que pides mi permiso para el vals, ¿me equivoco?

–Sí, así es. Sería un gran honor para mí, el tener el primer vals de la noche, con la dama más bella del baile –añadió observándola.

Arelia sonrió con pena, pero sus ojos seguían clavados en el prístino piso.

De pronto, una mujer apareció delante de ella, bloqueando a Gideon de la visión de la dama. Este se sorprendió por la estrepitosa intrusión, pero no podía decir nada.

La marquesa de Rosth dejo de jugar con las plumas de su tocado, y de un momento a otro ya estaba delante de Arelia en una postura protectora. Y como cualquier matrona social, repaso al joven conde y sus probabilidades matrimoniales.

Cabe decir, que una mujer como ella, sabia el paradero de la última amante del conde, sus ingresos y gastos anuales, y hasta la talla de sus zapatos. No por nada había casado bastante bien a sus primeros tres hijos. Y estaba terriblemente orgullosa de ello.

–No es correcto decir ese tipo de cosas delante de otras damas querido. Una podría llegar a ofenderse.

–Le aseguro que no era mi intención desprestigiar su belleza milady. ¿Puedo excusar que la belleza la joven nublo mis sentidos?

La marquesa sonrió con dulzura ante el halago. Una sonrisa abierta y brillante, que cosa extraña, la seguía haciendo lucir elegante.

–Claro que puedes jovencito. Y ya que admiras tanto a nuestra hermosa niña, puedes llevártela también a bailar el vals –añadió emocionada, colocando la mano de la joven en el regazo del hombre.

Arelia se sonrojo de pena.

Al parecer la mujer había dado el visto bueno al pretendiente.

–No es inconveniente para ti, ¿verdad cariño?

Esplendorosa IntrusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora