Dos razones para no llorar
–¿Podrías... podrías por favor dejarme a solas Sue?
Hubo un ligero silencio del otro lado.
–No has desayunado todavía–era un reclamo, con preocupación mal escondida.
–Ya lo hare después.
–Ya casi es la hora del almuerzo –insistió Susanne, olvidándose de que una dama no debería dejar entrever sus emociones, estaba demasiado preocupada como para acordarse del decoro. –¿No piensas bajar acaso?
–Yo... la verdad es que no lo sé.
–Arelia... s-si si nece-sitas a-alguien, puedes hablar conmigo. Somos amigas ¿verdad?
Arelia sonrió.
–Muchas gracias Susanne.
Sus manos estaban sobre la manija de la puerta; cuando Sophie le dio la señal, pudo al fin abrirla. Las cenizas habían sido escondidas en un macetero pequeño, dejando cero evidencias sobre lo ocurrido. Hasta las manchas más pequeñas de tinta ya habían sido limpiadas. Las preciadas cartas estaban ya bien ocultas y el tiempo de fingir una sonrisa decente y ganas de abordar una boda habían empezado a ser interpretadas.
Ante los ojos sorprendidos de Susanne la puerta de la habitación fue abierta elegantemente, Arelia se escondió tras la madera, dejando solo a Sophie en el panorama de visión de la pequeña condesa.
–¡Oh, Sophie! No sabía que estabas aquí.
La nana le otorgó una amable sonrisa a la sorprendida joven.
–En que otro lugar estaría si no es con mis pequeñas damas favoritas –hablo, a la vez que se acercaba a ellas y las apretujaba en un cálido abrazo del que la más joven Summers no pudo escaparse. Sophie prácticamente la jaló desde su escondrijo tras la puerta.
Susanne tomo asiento en el sillón contrario, más animada, debido a la reacción tan dulce de la nana, pero viendo la cara demacrada de su joven amiga, todo rastro que tenia de pequeña alegría se esfumo con rapidez. La mirada cansada que le dio Sophie la puso aún más ansiosa, no entendía exactamente qué pasaba, pero era obvio que Arelia estaba bastante mal. Ambas habían estado muy preocupadas por su obvio comportamiento y melancolía, mostrados en estas últimas semanas. Y al principio, Susanne pensó que solo eran los nervios por la futura boda, algo que ya le pasaría. Pero después, Arelia decidió encerrarse todo el día sin comer y tampoco había bajado a desayunar esa mañana. Ahora... Para la sensible Susanne, eso ya era demasiado por lo que preocuparse. Después de un maravilloso paseo en carruaje, durante casi toda la fresca mañana, se despidió amablemente de sus acompañantes y no acepto las visitas que tenía pendientes, concentrándose solamente en ir a ver a Arelia. El rostro de Susanne estaba en angustia por la joven hija de su difunto esposo, era, además, su más cercana amiga. Y no haberse dado cuenta de algo malo le pasaba le hacía sentirse abrumadoramente culpable.
–Te ves te-terrible, querida.
Cuando Susanne estaba nerviosa o muy angustiada, aun soltaba pequeños dejes de su pasado problema de tartamudeo. Aunque era demasiado ligero; casi imperceptible, y a nadie en esa habitación le molestaba.
–Oh... -Arelia se tocó el rostro, notándolo aun pegajoso por las lágrimas-. Lo siento tanto.
–Tranquila. No es un problema tan grave, aquí no hay nadie que pueda verte, y a nosotras, no nos importa lo fea que luzcas, podemos quererte de todas formas, aunque tal vez, debamos ocultarte en una torre muy muy alta, ya sabes –dijo en son de broma, haciendo reír levemente a su hijastra.
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Esplendorosa Intrusión
RomanceLady Arelia Summers, hija del conde de Belmont. Única hija en realidad. A la muerte de su padre. Y muerto también su primo más cercano, en circunstancias bochornosas; el capitán Kensley, famoso héroe de guerra, es nombrado su tutor y el nuevo conde...