Esplendorosa Intrusión

Capítulo Veintitrés

Las dulces lágrimas de una dama

–¿Dónde podría haber estado durante todo el día, una joven dama tan descuidada? –su futura suegra comenzó a regañarla, con aquella lengua tan afilada y venenosa suya.

La condesa de Luxerbeng; también conocida como la mujer más snob y rencorosa de Inglaterra; poseía la aterradora habilidad de hacerte temblar de miedo con aquel bello rostro suyo tan puritano -a pesar de no mostrar su enfado cuando te hablaba-. Podías sentir su ira flotando en el aire. Y su voz, cuando se enojaba de verdad, podía causar pesadillas en todo aquel que la escuchara.

Por supuesto, lady "Problemas" Summers nunca decepcionaba a su mal humor, y siempre la hacía retorcerse de los nervios por su falta de voluntad en cuanto los arreglos matrimoniales, y la falta de disciplina en cuanto a sus horarios. Lady Arelia Summers siempre estaba perdida, vagando por los prados con su "salvaje" yegua o dormida en alguna sala de su ancestral castillo –sino es que, en las cocinas, cuando tenía hambre-.

–Madre, no creo que sea necesario...

Una sola mirada basto para acallar al joven lord Gideon que había intentado hablar. El atrevido caballero retrocedió con una sonrisa de sumisión al feroz dragón, y dejo a la princesa enfrentarse a la gran bestia.

–Las pruebas del pastel son algo muy importantes –se empezó a lamentar el dragón, ejem, quiero decir: la viuda-. Demuestran a los invitados el tipo de felicidad que deseas expresar. Su sabor es un detalle muy valioso para los invitados, su decoración, un tipo de...

La larga charla de la futura suegra de lady Arelia se perdió entre la amplia sala que comenzaba a hacerse más agobiante a cada minuto que pasaba. Lord Gideon tomo la enguantada mano de su prometida y le dedico una de sus sonrisas tiernas, intentando levantar sus decaídos ánimos. En momentos como ese, aunque él no servía de mucha ayuda, era bastante atento, y Arelia se derretía por su caballerosidad y su bonito rostro, aunque no sabía bien porque su corazón dolía al verlo. Ese extraño y difícil aparato suyo, latía ante las bellas sonrisas de su apuesto prometido; pero la belleza no lo es todo en este mundo. Sí, lord Gideon era demasiado apuesto y encantador, pero la felicidad de su corazón, la felicidad que él le causaba, se sentía extrañamente vacía y melancólica. Como si el caprichoso corazón que la mantenía viva, quisiera que esos bellos momentos, sucedieran con otra persona.

Lady Arelia decidió ignorar todas aquellas advertencias que le daba su alocado palpitar. ¡No anhelar era no anhelar!; tenía que olvidarse de ello; dejar de pensar en tonterías. Por ahora, debía calmar al dragón enfurecido -que era la condesa-, antes de que esta causara un desastre mayor debido al fuego de su furia fría.

Las sirvientas temblaban asustadas por las pausadas palabras de la noble. Ya les había 'disciplinado' antes por no poder controlar a la chica, y la temían muchísimo cuando se mostraba tan calmada y con los ojos oscurecidos por el enojo; sabían, que era la típica paz que antelaba a la tormenta. Y aunque sus labios estaban apretados, la joven señorita del castillo, se preocupó sinceramente por lo que esta "invitada" les pudiera haber hecho a los sirvientes de su casa.

Susanne le había comentado preocupada que a veces los berrinches de esta mujer, podían acabar en objetos rotos, lanzados a los inocentes siervos. Y aunque Arelia, por el bien de su prometido, había decidido no escuchar a los rumores, hoy por hoy, temía haberse metido en la boca del lobo, al aceptar ese extraño compromiso –y futuro enlace-.

–Milady, lamento no haber estado presente en las reuniones como usted quería.

Arelia decidió ir a por lo fácil: Mostrar falsa sumisión. Ya después, averiguaría si era verdad o no el violento carácter de esta mujer. No podía creer todo lo que se decía. Tenia que dudar.