Capítulo Once

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Brillantes como estrellas

El salón de baile de Belmont Castle había sido el orgullo de todos los antepasados Summers, y como siempre, Arelia no era la excepción a la regla.

Ataviada en un dulce vestido de tarde color crema la joven dama comenzó a bailar su solitario vals, guiada por la melodía de las aves que cantaban en los jardines. Dando vueltas y vueltas su corazón parecía saltar en su pecho mientras una sonrisa escapaba a sus labios para quedarse allí, reposando.

Bailar un vals imaginario era una de las formas que tenía Lady Arelia para pensar. Y como toda su vida la había pasado encerrada en la antigua mansión del condado de Hertfordshire, no podía contener su emoción ante tan majestuoso salón de baile; como tampoco podía mantener quietos sus caprichosos pies, ni su lengua.

Ella tomo un fuerte suspiro.

Mirando su reflejo en los espejos que rodeaban la sala, se sentó en el frio piso, donde descansaba una manta, y se dispuso a releer su preciado libro sobre Los secretos de madame Luchia y Cómo ganar a un caballero. Ambos tomos pertenecientes a la misma mujer, y de nada buena reputación, que era la que tenía.

Sonrió.

Desde que el sol hizo presencia con sus primeros rayos la joven Summers se ha pasado todo el día oculta en su habitación. Tras el desastre sucedido en las caballerizas, había regresado a Resident House con un par de potrillos en mano que había encontrado pastando en el valle, y con ayuda de un mozo de cuadras -que los había estado buscando-, ayudo a los maestres a recuperar a gran parte de los caballos.

Había visto a Luciel junto a su madrastra, los había visto llegar juntos antes del desastre; cosa que la sorprendió. Al parecer Sue estaba aprendiendo a montar y se veía muy graciosa en aquel poni. Se puso un poquitito celosa con su presencia, pero era Sue quien le acompañaba al fin y al cabo, qué cosa podía pasar.

Sintió su corazón apenado al pensar que Sue no le había pedido ayuda a ella, pero bueno, ya era hora que hiciera nuevos amigos.

Después de ser rescatada de una estampida de caballos; cuando Luna destrozo las compuertas y asusto a los animales; su captor, la había llevado casi corriendo hasta adentrarse al bosque. Ella sabía que era él. Su aroma era inconfundible. Recordaba brevemente que su madrastra le había regalado a cada invitado un frasquito de sus perfumes caseros, y había hecho uno para él también. «también es nuevo aquí» había dicho, y Arelia había robado un poquitito de aquel perfume de la alacena de su amiga para disfrutar del embriagador aroma en secreto.

Había buscado con el olfato, cual sabueso, para saber cuál de todos esos frascos era el que tenía el aroma perteneciente a dicho hombre. Y ahora, le avergonzaba recordar aquello, era demasiado. Pudo haber pedido la ayuda de Susanne, pero tenía un algo extraño atorado en la garganta cada que quería confesarle la verdad a su amiga, no sabía ni el por qué, pero no se sentí cómoda como para decirle eso; se sorprendió mucho, antes solía contarle todo a Sue.

Debían de ser los besos.

Toco sus labios, dejando que el libro se cerrara solo sobre sus piernas.

Unos cuantos besos no habían bastado, cada vez era menos suficiente el tiempo a su lado. Y sus manos, oh, aun podía sentir sus manos recorriendo su piel. Y podía llegar volverse loca, qué tenía ella en la sangre para actuar de ese modo tan vergonzoso; no se proclamaba la dama dueña del alma más pura, pero creía que a diferencia de las demás. Ya veía que se equivocaba tan tontamente.

Arelia suspiro frustrada, una buena mañana de besos se había desvanecido en esa mirada aterrada ¿Por qué tenía él que mirarla de ese modo tan duro?

Esplendorosa IntrusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora