Capítulo 10

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Era un adversario maravilloso. Katsa no podía con él, no lograba golpearlo cuando se lo proponía ni lo hacía con tanta fuerza como quería. Era tan veloz para esquivar o para detener un ataque, tan rápido en reaccionar... Y si la lucha acababa en una pelea cuerpo a cuerpo en el suelo, no conseguía zancadillearlo ni era capaz de inmovilizarlo con una llave.

Era mucho más fuerte que ella y, por primera vez en su vida, consideró como desventaja el tener menos fuerza. Hasta ese momento, nadie había conseguido acercársele lo suficiente para que tal circunstancia tuviera importancia.

La precisión del lenita para sintonizar con el entorno y con los movimientos de Katsa era tal, que también formaba parte del reto. Parecía saber siempre cómo iba a actuar la joven incluso cuando se hallaba detrás de él.

—Aceptaré que no goza de visión nocturna si admite que tiene ojos en la nuca —comentó Katsa en cierta ocasión cuando, al entrar en el salón de entrenamiento, Po la saludó sin haberse vuelto para identificarla.

—¿Qué quiere decir?

—Que siempre sabe lo que pasa a su espalda.

—Katsa, ¿se ha fijado alguna vez en el ruido que hace cuando entra en una habitación? Nadie abre las puertas como usted.

—Quizá su gracia le otorga un sentido de percepción acrecentado.

—Quizá, pero no mayor que el suyo.

Con todo, el príncipe lenita se llevaba la peor parte en los combates a causa de la flexibilidad y la energía inagotables de Katsa, y en especial, por su rapidez. Puede que no lo golpeara como hubiera deseado, pero lo machacaba. Y también el dolor lo afectaba más. En cierta ocasión hizo un alto en la lucha, mientras ella forcejeaba para inmovilizarle un brazo, las piernas y la espalda contra el suelo y él la golpeaba repetidamente en las costillas con la mano que le quedaba libre.

—¿No le duele esto? —preguntó Po entre jadeos y risas—. ¿Es que no lo siente? Le he dado unas doce veces y ni siquiera se ha inmutado.

La joven se sentó en cuclillas y se tanteó el punto donde le habían caído los golpes, debajo del seno.

—Duele, pero no mucho.

—Tiene huesos de piedra. Se marcha de las prácticas sin una magulladura ni un dolor, en tanto que yo me voy renqueando y me paso el día poniéndome hielo en las contusiones.

El príncipe no llevaba puestos los anillos cuando luchaban; había ido sin ellos desde el primer día de prácticas. Cuando Katsa arguyo que era una precaución innecesaria, él puso cara de inocencia fingida.

—Se lo prometí a Giddon, ¿recuerda? —respondió.

Y la práctica de ese día empezó con fintas y risas por parte de Po, mientras Katsa le lanzaba golpes a la cara.

Tampoco llevaban botas a raíz de que la joven le asestara un punterazo que lo alcanzó en la frente sin querer. En esa ocasión Po cayó al suelo, a gatas, y ella se dio cuenta de inmediato de lo que había ocurrido.

—¡Llama a Raff! —le gritó a Oll, que observaba el entrenamiento desde un lado del salón.

Arrancándose una de las mangas, Katsa sentó a Po en el suelo e intentó contener la sangre que le manaba de forma copiosa y se le metía en los ojos, que se le habían desenfocado. Cuando Raffin le dio vía libre para reanudar las prácticas unos días después, la joven insistió en que lucharan descalzos. Y, a decir verdad, a partir de entonces tuvo más cuidado con el rostro del príncipe lenita.

Casi siempre tenían una audiencia reducida —unos cuantos soldados o nobles—cuando realizaban las prácticas. Oll también iba cuando le era posible, porque le complacía mucho verlos luchar. Giddon iba asimismo, aunque siempre parecía ponerse de mal humor mientras observaba y nunca se quedaba mucho tiempo. Incluso Helda asistía de vez en cuando (era la única mujer que frecuentaba el salón de prácticas), y contemplaba los entrenamientos con los ojos abiertos de par en par, aunque se le acababan poniendo como platos si se quedaban mucho tiempo.

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