Capítulo 13

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Tampoco era la primera vez que se iba dejándola con esa sensación. Y es que había algo en Po muy especial. A veces sabía lo que ella pensaba antes incluso de manifestarlo; le bastaba con mirarla desde el otro lado de la mesa para percibir que estaba enfadada y cuál era la razón, o bien que había llegado a la conclusión de encontrarlo atractivo.

Raffin le había comentado que no era observadora. En cambio, Po lo era y también, hablador. Quizá por eso se llevaban bien. No hacía falta que Katsa le explicara nada, y Po le contaba las cosas sin que ella tuviera que preguntárselas. Nunca había conocido a alguien con quien pudiera comunicarse tan abiertamente; eso daba una idea de lo poco acostumbrada que estaba al fenómeno de la amistad.

Meditó sobre todas esas particularidades mientras los caballos los conducían hacia el oeste y hasta que las colinas se fueron allanando y dieron paso a grandes planicies herbosas; a partir de entonces, el placer de cabalgar a toda velocidad por terreno llano la distrajo.

Giddon estaba de buen humor porque se encontraban en su comarca. Por ese motivo, visitarían su feudo de camino a otro predio que había un poco más lejos; harían noche en el castillo del noble, primero en el viaje de ida, y después, por segunda vez, en el de regreso. Giddon cabalgaba deprisa, con vehemencia; para variar, aunque a Katsa no le seducía su compañía, no pudo protestar por el paso que llevaban.

—Es un tanto embarazoso que el rey le haya pedido que castigue a su vecino ¿verdad, mi señor? —comentó Oll cuando se detuvieron a mediodía para descansar.

—Lo es —reconoció Giddon—. Lord Ellis es un buen vecino. No concibo qué lo ha empujado a originar ese problema con Randa.

—Bueno, está protegiendo a sus hijas —comentó Oll—. Eso no se lo reprocharía ningún hombre. Enemistarse con el rey ha sido cuestión de mala suerte.

Randa había hecho un trato con un señor feudal norgando que no lograba encontrar esposa, porque su feudo se hallaba en la región central del sur de Nordicia, precisamente en la ruta que utilizaban los grupos oestenses y elestinos en sus correrías. Por lo tanto, se trataba de un lugar peligroso, sobre todo para una mujer, y además, deshabitado, en el que ni siquiera se encontraban suficientes criados, pues los asaltantes robaban y mataban a muchos de los que se dedicaban a tales menesteres en ese predio. El señor feudal estaba desesperado por desposarse, tanto que hasta hubiera renunciado a la dote de la mujer. Así las cosas, el rey Randa le propuso encargarse de buscarle novia con la condición de que dicha dote pasara a sus arcas.

Lord Ellis tenía dos hijas en edad casadera; dos hijas y dos dotes enormes. Así pues, Randa le ordenó a Ellis que eligiera a cuál de ellas prefería enviar a Nordicia para casarla allí.

«Que sea la que tenga más temple, porque éste no es un matrimonio para pusilánimes», escribió el monarca.

Lord Ellis se negó en redondo a hacer tal elección, y respondió así al rey:

«Ambas son animosas y resueltas, pero no enviaré a ninguna de las dos a los páramos desolados de Nordicia. Su majestad es más poderoso que nadie, pero no creo que tenga potestad para forzar un matrimonio por conveniencia propia.»

Katsa se quedó boquiabierta cuando Raffin le contó lo que lord Ellis decía en la carta. Era un hombre valiente; tan valiente como cualquiera de los que se habían enfrentado a Randa. El rey quería que Giddon hablara con Ellis, y si no daba resultado, deseaba que Katsa le hiciera daño en presencia de sus hijas, a fin de que alguna de ellas se ofreciera en matrimonio para protegerlo. Randa esperaba que regresaran a la corte con cualquiera de las dos... Y con la dote.

—Se nos ha encomendado una misión cruel, mi señor —opinó Oll—. Incluso si Ellis no fuera su vecino, seguiría siendo una crueldad.

—Sí, es cierto —reconoció Giddon—. Pero no se me ocurre cómo eludir la encomienda del rey.

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