Capítulo 17

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Por la mañana, Katsa se despertó antes que su compañero, y siguió el reguero de agua corriente abajo hasta encontrar un lugar donde formaba un remanso algo mayor que un charco, pero sin llegar a ser una poza. Allí se bañó lo mejor que pudo, y aunque la frialdad del aire y del agua la hizo tiritar, también la despejó por completo. Cuando intentó soltarse el cabello y desenredarlo, se topó con el mismo engorro frustrante de siempre: tiró y tiró, pero los dedos no encontraban la forma de deshacer los enredos, así que lo dejó por imposible y volvió a recogérselo. Se secó lo mejor que pudo y se vistió. Cuando regresó al claro, Po se había despertado y se dedicaba a atar bolsas y alforjas.

—¿Me cortarías el cabello si te lo pidiera?

—No estarás pensando en disfrazarte, ¿verdad? —le dijo, sorprendido.

—No, no es por eso. Es que me saca de mis casillas, además de que nunca he querido tenerlo así. Y será mucho más cómodo si me lo corto del todo.

—Mmmm... —Po le examinó la mata de pelo anudada y recogida en la nuca—. Está bastante liado, como un nido de pájaros —comentó. Al notar la mirada feroz de la muchacha, se echó a reír—. Si de verdad quieres que te lo corte, lo haré, pero dudo que te complazca mucho el resultado. ¿Por qué no esperas hasta que lleguemos a la posada y se lo pides a la mujer del posadero, o a una de las mujeres de la ciudad?

—Está bien. Lo soportaré un día más.

Po desapareció por el camino que la joven había utilizado antes, mientras ella enrollaba las mantas y cargaba en los caballos los bultos de ambos.

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La calzada se estrechó más a medida que avanzaban hacia el sur, y la fronda se hizo más densa y oscura. A pesar de las protestas de Katsa, Po encabezaba la marcha arguyendo que cuando era ella la que marcaba el paso, siempre empezaban a cabalgar a un ritmo razonable, pero al poco rato, indefectiblemente, lo hacían a una velocidad de vértigo. Se había arrogado el derecho de proteger al caballo de Katsa de su amazona.

—Dices que lo haces por el caballo, pero lo que ocurre es que no puedes aguantar mi ritmo —comentó la joven cuando se detuvieron en una ocasión para que los animales bebieran en un arroyo que cruzaba el camino.

—Y lo que tú intentas es picarme, pero no te saldrás con la tuya.

—Por cierto, se me ha ocurrido que no hemos hecho prácticas desde que descubrí tu embuste y accediste a no mentirme más.

—En efecto, no hemos luchado desde que me diste el puñetazo en la mandíbula porque estabas furiosa con Randa.

La joven fue incapaz de reprimir una sonrisa, y añadió:

—De acuerdo, tú encabezas la marcha. Pero ¿qué me dices de las prácticas? ¿No quieres reanudarlas?

—Por supuesto. Quizás esta noche, si aún hay luz cuando acampemos.

Cabalgaron en silencio. Katsa, absorta, divagaba; pero se dijo que, cuando sus pensamientos divagaran hacia cualquier tema relacionado con Po, tendría que ir con cuidado y refrenarse. Si no podía evitar pensar en él, tendría que tratarse de cosas sin importancia; estaba decidida a que él no sacara provecho de las intromisiones en su mente mientras cabalgaban por aquel tranquilo camino del bosque.

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