Capítulo 20

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Para Katsa, la idea de tener un amante era semejante a descubrirse un nuevo apéndice —un brazo extra o un dedo de más—, en el que no había reparado hasta ese momento. No le resultaba familiar y, por ende, no dejaba de hurgarlo y de darle toquecitos del mismo modo que lo habría hecho con un dedo extraño que, de repente, resultara ser suyo.

Que el amante fuera Po menguaba en parte su desconcierto. Fue pensando en él, y no en la idea de un amante, como Katsa se sintió lo bastante cómoda para plantearse qué implicaría yacer en su lecho, pero no ser su esposa. Era un tema para darle vueltas más de una noche.

Cabalgaron a través de los bosques emeridios, charlaron, descansaron y acamparon igual que en días anteriores, pero los silencios quizás eran un poco más incómodos de lo que lo habían sido; además, Katsa se marchaba de vez en cuando para estar sola y pensar. No practicaron ejercicios de lucha porque a ella le daba vergüenza que la tocara. Por su parte, Po no la apremiaba; ni en eso ni en nada, incluidas las miradas o la conversación.

Viajaban todo lo deprisa que el camino se lo permitía, pero cuanto más avanzaban hacia el sur, más parecía una trocha, en el mejor de los casos, pues serpenteaba por barrancos cubiertos de maleza y alrededor de árboles de un tamaño que Katsa no había visto nunca, cuyos troncos eran de una anchura igual al largo de un caballo y cuyas ramas crujían a gran altura por encima de ellos; a veces incluso tenían que agacharse para esquivar cortinas de enredaderas que colgaban de dichas ramas. A medida que avanzaban hacia el este, el terreno iba ganando altura y los riachuelos zigzagueaban y se entrelazaban en medio de la espesura del bosque.

Al menos, la ruta que seguían servía de distracción a Po, que era incapaz de dejar de observar alrededor con los ojos muy abiertos.

—Qué bosque tan agreste. ¿Alguna vez habías visto nada parecido? ¡Es magnífico!

Magnífico y lleno de animales que se cebaban para pasar el invierno; caza fácil y sencillo encontrar refugio. Pero Katsa notaba de manera palpable que los caballos avanzaban tan despacio como ella misma era capaz de pensar.

—Me parece que avanzaríamos más deprisa a pie —comentó.

—Echarás de menos a los caballos cuando tengamos que prescindir de ellos.

—¿Y eso cuándo será?

—Es posible que dentro de unos diez días, según el mapa.

—Preferiría ir a pie.

—Tú no te cansas nunca, ¿verdad?

—Sí, si hace mucho tiempo que no duermo, o si cargo con algo muy pesado. Me cansé cuando subí a tu abuelo por la escalera.

—¿Que cargaste con mi abuelo escaleras arriba?

—Sí, eso he dicho.

Po estalló en carcajadas, pero ella no le veía la gracia.

—No me quedaba más remedio, Po. De no hacerlo, la misión habría fracasado.

—Pesa un cincuenta por ciento más que tú.

—Bueno, y yo estaba cansada cuando llegué arriba. Tú no te habrías cansado tanto.

—Porque soy más robusto que él, Katsa. Y más fuerte. De entrada, ya habría estado cansado si me hubiera pasado la noche a caballo.

—Había que hacerlo, no tenía alternativa.

—Tu gracia es algo más que la lucha —dijo él.

Katsa no respondió a ese comentario y, tras un instante de desconcierto, se olvidó de ello para centrarse de nuevo en el asunto que tenía en mente. Como no podía por menos de hacer teniendo siempre delante a Po.

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