Capítulo 23

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—Katsa.

La voz de Po la despertó. Abrió los ojos y supo que faltaban unas tres horas para que amaneciera.

—¿Qué ocurre?

—No puedo dormir.

—¿Por estar demasiado preocupado? —preguntó mientras se sentaba.

—Sí.

—Bueno, supongo que no me has despertado únicamente para que te haga compañía.

—Tú no necesitas dormir, y si yo voy a seguir despierto, podríamos ponernos en marcha.

En un visto y no visto, ella se había puesto de pie y cargado a la espalda el petate de dormir junto con el arco, la aljaba y las alforjas. Ante ellos discurría un sendero que descendía cuesta abajo entre los árboles, pero la negrura envolvía el bosque. Po tanteaba con una mano los árboles que Katsa no veía, y con tal de aguantar el equilibrio, ya que ella tropezaba con las piedras, la cogió por el brazo con la otra mano y la condujo lo mejor que supo.

Cuando por fin una luz gélida y nebulosa puso rasgos y forma al camino, avanzaron más deprisa, corriendo prácticamente. Entonces empezó a nevar, y el sendero, más liso y más ancho ya, relucía con un tenue matiz azul. Pero no encontrarían la posada, donde les venderían caballos, hasta que salieran del bosque, a horas de camino a pie. Mientras avanzaban con premura, Katsa se sorprendió anhelando el descanso que los caballos les proporcionarían a pies y pulmones. Así pues, abrió la mente para transmitirle el pensamiento a Po.

—Así que, para cansarte, hace falta correr en la oscuridad, sin dormir ni comer, tras varios días de escalar montañas. —No sonrió, sin embargo, y tampoco bromeaba —. Bueno, me alegro, porque sea lo que fuere hacía lo que corremos, lo más probable es que necesitemos tu energía y tu resistencia.

Sus palabras le recordaron algo a Katsa, que rebuscó en una de las bolsas que llevaba a la espalda.

—Toma —dijo—. Los dos tenemos que comer o no serviremos para nada.

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Era media mañana y la nieve seguía cayendo cuando se aproximaron a un lugar, en el que la fronda acababa de repente y daba paso a los campos de labranza. A todo esto, Po se volvió de súbito hacia Katsa, con la alarma plasmada en cada rasgo del rostro, y acto seguido, echó a correr cuesta abajo entre los árboles, hacia las márgenes del bosque. Y entonces ella oyó voces de hombres que gritaban y el estruendo de cascos de caballos que se aproximaban. Corrió en pos de él y salió del bosque unos cuantos pasos por detrás. En ese momento una mujer, bajita, con los brazos alzados y una mueca de terror que le crispaba el semblante, cruzaba el campo a trompicones y se dirigía hacia ellos. La mujer, de cabello oscuro, vestía de negro y lucía aros de oro en las orejas y anillos en las manos, tendidas hacia Po. La perseguía una tropa de jinetes lanzados a galope, encabezados por un hombre vestido con ropajes que ondeaban al viento; un parche le tapaba un ojo. Ese hombre alzó el arco, y la flecha encajada en la tensa cuerda voló y dio de lleno en la espalda de la mujer, que sufrió una sacudida y trastabilló antes de caer de bruces en el suelo cubierto de la nieve.

Po se detuvo en seco, dio media vuelta y corrió hacia Katsa al tiempo que le gritaba:

—¡Dispárale! ¡Dispárale!

Pero Katsa ya había echado mano al arco y tanteaba buscando una flecha; tensó la cuerda y apuntó. Entonces los caballos se detuvieron y el hombre del parche en el ojo gritó algo. Katsa se quedó paralizada.

—¡Oh, qué desgracia! —se lamentó el hombre.

La voz le sonaba ahogada a causa de un sollozo reprimido, tan rebosante de dolor que Katsa dio un respingo al tiempo que las lágrimas le humedecían los ojos.

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⏰ Última actualización: Dec 05, 2020 ⏰

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