Capítulo 14

24 2 0
                                    

Irrumpió en el laboratorio de Raffin y su primo alzó la vista del trabajo, sobresaltado.

—¿Dónde está? —demandó Katsa, que se detuvo en seco porque el lenita estaba allí, allí mismo, sentado en el borde de la mesa de Raffin, con la mandíbula amoratada y las mangas de la camisa remangadas.

—Tengo que contarte algo, Katsa —dijo Po.

—Eres mentalista —lo interrumpió—. Eres mentalista y me mentiste.

Raffin masculló un juramento, y, poniéndose en pie de un salto, fue corriendo a cerrar la puerta que Katsa había dejado abierta.

—No soy mentalista.

Po se había ruborizado, pero le sostuvo la mirada.

—Y yo no soy estúpida, así que deja de mentirme —gritó—. Dime, ¿qué has descubierto? ¿Qué pensamientos me has robado?

—No soy mentalista —repitió él—. Pero percibo a las personas.

—¿Y qué se supone que significa eso? Lo que percibes son los pensamientos de la gente.

—No, Katsa. Escúchame. Te he dicho que percibo a la gente. Recuerda mi visión nocturna o los ojos en la nuca que, según tú, debía de tener. Percibo a las personas cuando están cerca de mí pensando, sintiendo o moviéndose; noto los cuerpos, la energía física. Pero... —Tragó saliva—. Pero percibo los pensamientos cuando una persona piensa en mí.

—¿Y eso no es mentalismo? —gritó tan fuerte que Po se amedrentó, aunque no desvió la vista.

—De acuerdo, tiene algo de eso, pero no soy capaz de hacer lo que tú dices.

—Me mentiste. Confiaba en ti.

—Déjale explicarse, Katsa. —La suave voz de Raffin se abrió paso hasta la angustiada joven.

Ella se le encaró sin dar crédito a lo que oía, pasmada de que su primo supiera la verdad y, a pesar de todo, se pusiera de parte de Po. Luego se enfrentó al príncipe lenita, que todavía osaba sostenerle la mirada como si no hubiese hecho nada malo, nada tan total y absolutamente malo.

—Por favor, Katsa —suplicó Po—. Atiéndeme, por favor. No soy capaz de conocer los pensamientos de la gente en general ni los de alguien en concreto. Yo no sé qué piensas de Raffin ni lo que él piensa de Bann, o si Oll está disfrutando de una cena. A lo mejor, por poner un ejemplo, tú te hallas tras la puerta de mi habitación dando vueltas como un león enjaulado mientras piensas lo mucho que odias a Randa, y lo único que percibiré es que estás dando vueltas... hasta que tus pensamientos se centren en mí. Será entonces cuando sepa lo que sientes.

Ese hecho era el que provocaba que se sintiera traicionada por un amigo. No, nada de eso; era la víctima de un traidor que fingía ser un amigo. Le había parecido tan maravilloso, tan benévolo, tan comprensivo... ¿Cómo no iba a serlo, si siempre sabía lo que ella pensaba, lo que sentía? La simulación perfecta de la amistad.

—No, no —insistió Po—. Habré mentido, Katsa, pero mi amistad no ha sido fingida. He sido tu amigo de verdad.

De modo que seguía leyéndole el pensamiento.

—Basta —barbotó ella—. Basta ya. ¡Cómo te atreves, traidor, impostor, grandísimo...!

No se le ocurrían vocablos lo bastante fuertes para calificarlo. Y entonces Po sí bajó la vista con tristeza, y Katsa comprendió que había captado a la perfección lo que ella sentía. Estaba cruelmente agradecida a su gracia por el hecho de que le transmitiera su estado de ánimo que ella no sabía expresar con palabras. Desfigurado el semblante por la congoja, el lenita se desplomó sobre la mesa.

GRACELING.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora