Capítulo 21

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Sostenían conversaciones enteras en las que Katsa no pronunciaba ni una palabra, porque Po notaba cuándo quería hablarle, y si ella deseaba comunicarle algo concreto, la gracia del lenita captaba lo que fuera necesario. Parecía una habilidad útil que les venía bien practicar. Katsa descubrió que cuanto más cómoda se sentía abriéndole la mente, más fácil le resultaba cerrársela. Aunque cerrarle la mente nunca resultaba satisfactorio al cien por cien, pues cuando no dejaba traslucir sus sentimientos, también tenía que reprimírselos a sí misma. Pero ya era algo.

Descubrieron que a Po le era más fácil captar los pensamientos de Katsa que a ella formularlos. Al principio la joven los expresaba palabra por palabra, como si las pronunciara, pero sin articularlas:  ¿ Quieres  detenerte  para  descansar ?  ¿ Cazo  algo  para  la  cena? Me  he  quedado  sin  agua.

-Por supuesto que te entiendo cuando eres tan precisa -aclaró Po-. Pero no hace falta que te esfuerces tanto. También capto imágenes, sentimientos o pensamientos sin necesidad de componer frases.

Ese sistema también le resultó difícil a Katsa las primeras veces. Tenía miedo de que la malinterpretara y, en consecuencia, emitía las imágenes con tanta precisión como había formulado las palabras: Un pescado asándose en la lumbre. Un arroyo. La hierba doncella que tenía que tomar con la cena.

-Si me abres un pensamiento, Katsa, lo veré, sin que importe cómo lo pienses. Si tu intención es que lo capte, lo haré.

¿Y qué significaba abrirle un pensamiento? ¿O tener intención de que lo captara? Ella se limitaba a buscar contacto con la mente del hombre cuando quería que supiera algo. Po, llamaba, y después dejaba que él recopilara la esencia del pensamiento.

Parecía que daba resultado. Katsa practicaba constantemente, tanto para comunicarse con él como para cerrarle el acceso a la mente. Y poco a poco se aflojó la premiosa tensión mental de la joven.

Una noche, sentados junto al fuego y guarecidos de la lluvia bajo la cubierta de ramas que Katsa había preparado, ella le pidió que le enseñara los anillos. Po puso las manos encima de las de Katsa, que los contó: seis anillos de oro, lisos y de distinto grosor, en la mano derecha; y en la izquierda, uno liso de oro; una sortija fina con una piedra gris engastada en el centro, alrededor de todo el aro; otra ancha y maciza con una gema blanca, brillante y puntiaguda que debía de ser con la que la había arañado aquella noche, junto al campo de tiro con arco; y otro anillo de oro, liso como el primero, pero grabado alrededor con un motivo que Katsa identificó como el de las señales que Po llevaba en los brazos. Fue esa joya la que le hizo pensar si los anillos tendrían algún significado.

-Sí, así es -afirmó él-. Cada anillo que lleva puesto un lenita significa algo. Este del dibujo grabado es el anillo propio del séptimo hijo del rey; el anillo de mi castillo y de mi principado. Mi herencia.

¿Tus hermanos tienen un anillo diferente y marcas en los brazos distintas de las tuyas?

-En efecto.

Katsa jugueteó con el anillo grande y macizo de la gema blanca punzante.

Éste es el anillo de un rey.

-Sí, es por mi padre. Y éste -indicó el pequeño con la línea gris que se extendía por toda la parte central- por mi madre; y el liso es por mi abuelo.

¿No fue rey nunca?

-No, verás... El rey fue su hermano mayor, y cuando éste murió, él habría subido al trono de haberlo querido, pero su hijo (mi padre) era joven, fuerte y ambicioso. Y como mi abuelo era mayor y no gozaba de buena salud, no tuvo inconveniente en abdicar en favor de su hijo.

GRACELING.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora