Capítulo 5

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Iban deprisa, aunque el paso que llevaban exasperaba a la muchacha.

—Katsa es de las que cree que cabalgar a una velocidad que no sea temerariaes desaprovechar el caballo —comentó Giddon.

—Sólo quiero saber si Raffin ha descubierto algo del lenita liberado —replicó ella.

—Tranquila, mi señora —dijo Oll—. Llegaremos a la corte mañana a última hora si no se estropea el tiempo.

Hizo bueno todo el día y también por la noche, pero poco antes de amanecer, las nubes encapotaron el cielo y ocultaron las estrellas sobre la zona en la que habían acampado. Por la mañana levantaron con ligereza el campamento y se pusieron en marcha un tanto ansiosos. Poco después, cuando entraban al trote en el patio de la posada donde habían cambiado de caballos a la ida, les caían encima las primeras gotas, y casi no les dio tiempo de llegar al establo porque empezó a llover a cántaros. El aguacero se convirtió en auténticos torrentes de agua que bajaban por las colinas de alrededor.

Esa circunstancia dio pie a una discusión.

—Podemos cabalgar aunque llueva —propuso Katsa.

Se encontraban en el establo, pero la posada, aunque estaba a diez pasos de distancia, no se veía a causa de la tromba de agua.

—Poniendo en peligro a los caballos y a riesgo de matarnos, ¿verdad? —replicó Giddon—. No seas absurda, Katsa.

—Sólo es agua.

—Dile eso a alguien que se está ahogando.—Giddon le asestó una mirada encolerizada a la que ella respondió con otra igualmente colérica. Una gota se coló por una grieta del tejado y le cayó en la nariz a la joven que se la limpió, furiosa.

—Mi señora —intervino Oll—. Mi señora. —Katsa respiró hondo, contempló el sosegado semblante del capitán y se preparó para sufrir una desilusión—. No sabemos cuánto va a prolongarse la tormenta. Si dura un día, más vale que no nos expongamos. No hay razón para cabalgar con semejante tiempo... —Alzó la mano al ver que Katsa iba a decir algo—. Diéramos la razón que le diéramos al rey, pensaría que estamos chiflados. Pero quizá sólo dure una hora, en cuyo caso no habremos perdido mucho tiempo.

Katsa se cruzó de brazos y se esforzó en respirar con calma.

—No parece la clase de temporal que dura una hora.

—Entonces, informaré al posadero de que necesitamos comida —determinó Oll—, y habitaciones para pasar la noche.

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La posada se hallaba lejos de cualquier población de las colinas de Terramedia; aun así, en verano, disfrutaba de una afluencia aceptable de mercaderes y viajeros. Era un edificio cuadrado y sencillo, con la cocina y el comedor en la planta baja y dos pisos con habitaciones. Sencillo pere limpio y práctico. Katsa habría preferido que su presencia hubiera pasado inadvertida pero, naturalmente, aquellos posaderos no solían alojar a miembros de la casa real, de modo que la familia al completo se puso hecha un manojo de nervios en su afán por ofrecer a la sobrina del rey, a un noble y al capitán del monarca todas las comodidades posibles. A pesar de las protestas de Katsa, se le pidió a un huésped de la casa —un mercader— que se trasladara a otra habitación para que la joven tuviera mejores vistas desde la ventana, vistas invisibles en ese momento, aunque ella supuso que serían de las mismas colinas que llevaban días viendo.

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